Lo lógico, tras haber visto esta peli de espíritu de telefilme de sobremesa, sería loar la actuación de la Mirren, que por supuesto resulta prodigiosa, un exacto ejercicio de contención y profesionalidad, actitudes que, por otra parte adornan igualmente a la monarca británica. O en todo caso, reirse de lo grotesco que resulta Felipe de Edimburgo, clavado magistralmente por ese Cromwell soberbio, o el retrato que se nos muestra de un Primer Ministro preocupado por el acoso y derribo de una anciana que también es humana, aunque no lo parezca. Pero lo que a mí más me ha gustado, y que da título a mi crítica, es la visión cercana de personas que parecen semidioses intocables, pero que aparecen con camisones y batas, reunidos ante la pequeña pantalla, comentando e interactuando como lo haría cualquier otro ser no coronado.
Por supuesto que no es ni reflejo del Stephen Frears independiente que nos dejó Mi Hermosa Lavandería, o Ábrete de Orejas, ni la talentosa adaptación de Las Relaciones Peligrosas de Choderlos de Laclos, ni esas agradables comedias como La Furgoneta o Café Irlandés, pero sí que hace pasar un buen rato centrándose en una pequeña anécdota histórica reciente, pero que pudo ocasionar un cambio trascendental. Ah, y sin duda , es de agradecer el metraje ajustado que presenta la obra, que no deja lugar a artificios narrativos ni otras innecesarias cuestiones que a menudo lastran demasiadas películas.