La ecuación del título de mi crítica alude al inmenso desperdicio que es el noveno largo perpetrado por Barry Sonnenfeld (tampoco es que el hombre haya hecho nada especialmente talentoso, salvo La familia Addams y algún cacho de Men in Black); aquí encima pretende colarnos un imposible: una especie de revisión de esas cosillas que hacía Chevy Chase en los ochenta, en general productos de consumo rápido y directamente destinados al reciclaje de las cloacas del olvido.
Durante 99 minutos nos vemos obligados a contemplar cómo la típica familia estadounidense (los WASP de toda la vida), papi, mami y dos churumbeles, varón y hembra, of course, se tiran a las carreteras del Midwest americano, y les pasan un porrón de aventurillas supuestamente jocosas, y sólo si uno utiliza media neurona y tiene las tragaderas amplias. La sensación de haberlo visto todo un millón de veces revolotea sobre cada escena, sin que haya lugar para la empatía hacia ninguno de los humanitos que salen en pantalla. Personalmente, lo único que deseaba era que en algún momento surgiera un cateto psicópata, tipo Deliverance, y se cepillara, en todos los sentidos de la palabra, a ambos progenitores y a sus vastaguitos, pero el amigo Jeff Daniels defraudó mis expectativas deviniendo en otro desperdicio más, qué le vamos a hacer. Ah, y por supuesto, también nos sirven nuestra architípica ración de humor escatológico de la peor ralea.
Lo peor, por si fuera poco lo ya comentado, es el sufrimiento de contemplar cómo un actor inspirado para la comedia, Robin Williams, vuelve a vender por enésima vez su don a cambio de un puñado de dólares, enfrascándose en bazofias como ésta, a años luz de su último trabajo de calidad, el Insomnio de Christopher Nolan.