Quizá lo peor, acaso lo menos bueno, sea ese principio folclórico y tan pintoresco, con figurantes de todos los colores mostrando sus habilidades: la mujer que bebe agua hirviendo, los sonrientes ciegos orando, el serecillo de los escorpiones, el hijo de Warwick Davis encantando a las serpientes.
EL HOMBRE QUE PUDO REINAR es, junto a las películas de Indiana Jones, la película de aventuras total. Michael Caine, Sean Connery y Christopher Plummer estuvieron soberbios, los secundarios se defendieron con sables y los dientes que les quedaban y la marroquí ambientación, teniendo en cuenta que es una película de 1975, es más que idónea.
Es un fiel reflejo de ese otro mundo que está desapareciendo EL HOMBRE QUE PUDO REINAR. Un mundo en el que los sustitutivos de las palabrotas eran igual de efectivos y no groseros y en el que los primeros acordes de una tonada, como los primeros acordes de una tonada de Maurice Jarre, ya despertaban alegría. Un mundo en el que los hipotéticos monarcas eran infinitamente queridos desde el mismo momento en que se postulaban.