Estaban allí, entre el público, aquella noche de celebraciones. El gran John Nash, muy poco parecido al John Nash que hace su cameo en la película, y su esposa, Alicia, todas las razones del marido. Dos ancianos con una cara como de estar en otro sitio. Fuera de lugar. Quién sabe si preguntándose qué carajo había puesto Ron Howard en la historia.
UNA MENTE MARAVILLOSA se hizo con cuatro premios de los grandes: película, director, actriz secundaria y guión adaptado. Visto con perspectiva, acaso una espléndida cosecha si se tienen en cuenta las prestaciones de la propia cinta... y las prestaciones de las cintas extrañas. Puede que Maggie Smith o Helen Mirren, nominadas por Gosford Park, brillaran más con sus intervenciones que Jennifer Connelly con la suya, y tampoco habría sido una cosa del otro jueves que el guión que trasladaron desde Tolkien para la pantalla Fran Walsh, Philippa Boyens, Peter Jackson y toda la sección de cuerda de la Filarmónica de Nueva Zelanda le hubiera "mojado la oreja" al de Akiva Goldsman. Cosas de Hollywood, con sus cuotas y sus contrapartidas.
Demasiadas exageraciones a las que se entregó Russell Crowe para interpretar al genio, que algunas veces más parece un fantoche que un privilegiado. Excesivamente lánguida la Connelly, un tanto sobreactuado el Bettany de la Connelly y bien, como no puede ser de otra manera, Ed Harris y Christopher Plummer, con tantas batallas a cuestas como estrellas hay en el firmamento, ya en forma de pulpo, ya de paraguas.
Una correcta película, esta de Ron Howard: más cerca de lo muy bueno que de lo maravilloso.