Buena parte de las más preclaras mentes del hoy y del mañana, algunas de las cuales se encuentran participando activamente dentro de esta santa casa, encuentran flagrantes tintes machistas en MY FAIR LADY. Y no deja de ser curioso, que George Cukor es considerado por casi todos como un gran y respetuoso conocedor del universo femenino y que George Bernard Shaw, el autor de la obra de teatro en que se basa la película, ha pasado a la historia como férreo defensor de los derechos de la mujer en la sociedad de su tiempo. Pero, viviendo que estamos una época en la que no faltan los que tachan a Quevedo de falangista o a Goya de españolista redomado, casi venimos obligados a pasar por alto tamañas fechorías -no vaya a ser que se nos tilde a nosotros de genocidas- y a ensalzar a los apresurados como visionarios esplendorosos.
MY FAIR LADY, como musical, con varias de las tonadas más famosas de siempre, es espléndido, como espectáculo visual maravilloso y como película, tierna y adorable. Rex Harrison borda su papel de ricachón empedernido, Stanley Holloway el del filosofal padre de la criatura y Audrey Hepburn, por su parte, el de la propia criatura, personaje en el que vertía, la de Bruselas, su encanto, su simpatía y su inefable, su infinito ángel. Junto con los demás (Wilfrid Hyde-White, Mona Washbourne, Henry Daniell), coro que consigue que el todo suene perfectamente afinado, hacen desear un baile de toda la noche.