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Voto de Una_de_ellos:
Drama
Libremente inspirada en un episodio que marca el fin de la carrera del filósofo Friedrich Nietzsche. El 3 de enero de 1889, en la plaza Alberto de Turín, Nietzsche se lanzó llorando al cuello de un caballo agotado y maltratado por su cochero y, después, se desmayó. Desde entonces, dejó de escribir y se hundió en la locura y el mutismo. En una atmósfera preapocalíptica, se nos muestra la vida del cochero, su hija y el viejo caballo. (FILMAFFINITY) [+]
6 de noviembre de 2011
20 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de dos horas y media de metraje, contemplando en 30 planos el lento devenir del fin del mundo, mientras que un padre y su hija llevan a cabo sus lentos quehaceres diarios a tiempo real, lentamente me fui aburriendo…
Conveniente es decir que soy del tipo de espectadora paciente. El tipo de espectadora que no se marcha de la sala sin cerciorarse de que ya ha visto lo suficiente. Y, en este caso, la trama no avanzaba. Esperaba que en algún momento ocurriese algo diferente, algo que me hiciera recobrar el interés por el argumento, que me metiese de lleno en esa vida de miseria y me hiciese olvidar la sensación de estar asistiendo al canal 24 horas del Gran Hermano del Apocalipsis. Así que no me fui y esperé. Esperé exactamente lo mismo que ellos estuvieron esperando durante toda la película: el final; y puedo jurar que se me hizo tan eterno como si hubiera estado esperando los 6 lentos días de su discurrir.
Acabé harta de tanto viento, de tanto mirar por la ventana, de tanto comer papa cocida, de tanto escuchar la misma pieza de música durante dos horas y media y, en conclusión, harta de esta película, que de no haber sido porque en última instancia decidí tomármela con humor, no hubiese podido sobrellevarla.
Antes de que comenzase su emisión, el distribuidor, que había asistido porque Béla Tarr tenía un compromiso con no sé quién, ya advertía a los asistentes que podían abandonar la sala cuando gustasen, ya que se trataba de disfrutar del viaje. También se lamentó porque Béla Tarr había anunciado que ésta sería su última película y, una vez que acabó el film, no pude estar más agradecida por ello.
Conveniente es decir que soy del tipo de espectadora paciente. El tipo de espectadora que no se marcha de la sala sin cerciorarse de que ya ha visto lo suficiente. Y, en este caso, la trama no avanzaba. Esperaba que en algún momento ocurriese algo diferente, algo que me hiciera recobrar el interés por el argumento, que me metiese de lleno en esa vida de miseria y me hiciese olvidar la sensación de estar asistiendo al canal 24 horas del Gran Hermano del Apocalipsis. Así que no me fui y esperé. Esperé exactamente lo mismo que ellos estuvieron esperando durante toda la película: el final; y puedo jurar que se me hizo tan eterno como si hubiera estado esperando los 6 lentos días de su discurrir.
Acabé harta de tanto viento, de tanto mirar por la ventana, de tanto comer papa cocida, de tanto escuchar la misma pieza de música durante dos horas y media y, en conclusión, harta de esta película, que de no haber sido porque en última instancia decidí tomármela con humor, no hubiese podido sobrellevarla.
Antes de que comenzase su emisión, el distribuidor, que había asistido porque Béla Tarr tenía un compromiso con no sé quién, ya advertía a los asistentes que podían abandonar la sala cuando gustasen, ya que se trataba de disfrutar del viaje. También se lamentó porque Béla Tarr había anunciado que ésta sería su última película y, una vez que acabó el film, no pude estar más agradecida por ello.
