No recordaba muy bien el porqué me gustó tanto esta pequeña película, tiene una trama tan simple que se me había olvidado. De apoco fui recordando las sutilezas emocionales que la componen y volví a caer en su magia inválida. Porque creo que eso es lo que logra, una magia emocional que no sabes muy bien de donde viene, no sabes muy bien si es sano o no, no sabes muy bien si acompañar al personaje o rechazarlo.

A simple vista parece un drama más del típico personaje que al enterarse que no le queda mucho tiempo de vida, decide aprovechar al máximo y actuar en torno a lo que siempre ha reprimido, dejándose llevar por el tiempo presente. Pero acá no, acá la cosa es distinta, acá el personaje no muestra nada, acá el personaje sigue con su máscara cotidiana y narcisista. De a poco aflora esa ira latente que se proyecta en su entorno inmediato, en su pareja, y principalmente su familia, y se da cuenta de cosas, cosas profundas, como de que nunca perteneció a nada, que siempre jugó a una mentira, que siempre fotografió su propia vanidad. Y por fín, en los más recóndito de su bella piel aflora, ocultamente, ese niño abierto al mundo, a la risa, a la arena, al viento, recordando que las pequeñas cosas son las que lo conmueven, recordando que incluso con su familia siempre jugó un rol alejado de su esencia. Pero, ¿de quién es la culpa? porque creo q eso es lo que cuestiona la película. El personaje descubre que lo único que tiene es a él mismo, que ya es muy tarde para juzgar su entorno, que ya es muy tarde para moldear su carácter en pro de una sonrisa externa. Descubre que el fluir de la vida es tan natural como meter los pies en el agua. Descubre que la única forma de morir en paz es entregarse a la naturaleza misma, descubre que incluso, cuando la vida te muestre la muerte de lleno en la cara, en el ojo, el amor se manifestará espontáneamente, dejando seguir el curso incesante del florecer y marchitar humano.