Si uno visualza los primeros diez minutos de esta película es poco probable que se levante ya del sillón en algún momento del excesivo metraje. Por fin un film nos cuenta el comienzo de drácula, el porqué es cómo es, su amor inmenso transformado en inmensa rabia. Uno se queda entonces asombrado por la maravilla de los, intencionadamente, anacrónicos decorados. Asombrado por un vestuario impecable, por el exceso de la sangre, de la iluminación, del maquillaje; repito otra vez, asombrado por el exceso de sus intenciones estéticas y plásticas. Y es en ese exceso donde la película funciona, ya que existe una lógica, de una perfección intimidadora, en la ejecución del exceso del film. Todo en esta revisión de la historia del conde es excesivo: las interpretaciones, la dirección artística, el maquillaje, el montaje, la ejecución de los planos, la sangre, el amor, el odio, la duración de la cinta. Todo, como había comentado anteriormente.
De pronto entendemos que ese exceso encaja con la historia de Bram Stoker; que si es fiel a la novela en algún sentido lo es en el exceso que también desprende la obra escrita.
No negaré que la cinta está llena de defectos, pero estos se ven en tan grande medida que si no han sido concebidos intencionadamente para reforzar esa sensación de exceso, así lo parece.
En definitiva, una película que deleitará sus ojos (pues es puramente visual, lo que todavía enaltece más el exceso, pues parte de un origen textual), sus oídos y su corazón, si están predispuestos a sentarse frente a una pantalla y dejarse hacer. Quizá, como único defecto serio comentar que no se deja ver fácilmente más de una vez; los problemas del exceso, ya se sabe.