Los Pitufos eran unos serecillos azulados cuyos modelitos conjuntados (gorrito y calzón) seguramente triunfarían actualmente en la pasarela Cibeles.
Lo cierto es que nunca tenían mucho que hacer, cada uno con su oficio, sus manías, sus gustos... pero en una aldea donde lo más interesante era tirarle los trastos a la única Pitufina que se encontraba entre todos ellos.
De vez en cuando, aparecía Gargamel con su gato Azrael, y la líaban parda intentando cazar a nuestros pequeños amiguitos para hacer sopa de Pitufos o averiguar donde estaba su aldea.

Y así transcurría su existencia, entre corre-que-te-pillos con el entrañable gato de Gargamel, intentos por ver quien se camelaba antes a la Pitufina, reprimendas de Papá Pitufo por pervertir a una pobre y azulada pitufa de melena rubia.. y ahora se pregunta uno como en una aldea con tan pocas opciones se podía quedar día tras día ensimismado observando los quehaceres de los amigos de azul y llega, rememorando, a la conclusión de que no había nada mejor que divertirse con unos seres tan encantadores, tan campechanos y, sobretodo, tan, tan, tan, tan extremadamente salidorros, aunque se lo guardasen todo para sus adentros para mantener la compostura ante tanto crío.