Los ejes principales de "Fateless" son una lograda fotografía, una voz en off que sólo aparece cuando lo requiere Koltai, una banda sonora del gran Ennio que eclipsa todo lo demás y una historia que no va más allá y que sólo se limita a realizar un análisis fatalista que no aporta nada nuevo.

Sí, la Segunda Guerra Mundial debió ser algo durísimo, sobretodo para aquellos que fueron recluidos en campos de concentración o obligados a realizar trabajos forzados, y es algo que todos, en menor o mayor grado dependiendo de lo cerca que lo hayamos vivido, conocemos, en consecuencia, abordar el tema de una forma tan desangelada, intentando sencillamente buscar el recurso gratuito, la impotencia del espectador y la lágrima fácil, no es que sea un modo muy aceptable de hacerlo.

La fotografía en color, podrá ser todo lo lograda que queramos, pero no deja de aportar ese tono catastrofista al film que deja al destape las intenciones del realizador húngaro, y hace que ese recurso medie como algo ínfimo y endeble. El porque, es evidente... la fotografía es en color, pero entonces, ¿por qué durante el 90 % del film observamos tonos ocres y grisáceos? Está claro, Lajos nos quiere manipular, nos quiere a su disposición, sólo busca el academicismo para sacar ese sentimentalismo al que siempre recurren las propuestas Hollywoodienses.

Otro contra, la voz en off, un preciado recurso que aquí sólo aparece en los momentos de menor envergadura o, bien, cuando se le quieren ofrecer explicaciones de más al espectador para que este termine totalmente conmovido ante el espectáculo. Por ejemplo, sólo hay que seguir las frases del final de "Fateless", donde se justifican esos dos personajes que abordan al protagonista preguntándole sobre los campos, con excusas del todo inverosímiles, intentando dar una explicación a lo inexplicable.

Por otro lado, la cinta está teñida de situaciones que no se atañen con lo que allí debía suceder (las charlas en la hilera se me antojan increíbles y esos saltos sonrientes tras lavarse en la ducha también) y de momentos que sólo buscan conmocionar, trucos baratos, efectismo de ese al cual es tan fácil recurrir, y eso desmerece un trabajo que, como mínimo, podría haber resultado interesante, pero que termina por ser desquiciante, hastiante y flojísimo.

Los pocos puntos se los lleva el protagonista, que si bien mantiene un nivel parecido durante todo el metraje, precisamente es durante ese final, donde intenta impregnar cada fotograma de ese pesimismo que le aborda al volver del campo de concentración, en el cual logra una actuación dignísima y sorprendente. ¿Lo demás? Un fatalista Dejavu acompañado por una fabulosa banda sonora.