Otra rareza de Soderbergh. De cómo mezclar el exceso cargante y el delirio kitsch con la sobriedad narrativa y la fría elegancia. Contar como si nada; de forma aséptica y distanciada; con belleza y exactitud pero sin implicación; como si la cosa no fuera contigo; en tono medio, sin ocultar pero sin profundizar, sin morbo pero sin riesgo. Una educada mirada que todo lo ve y nada le importa.
Y sabe a poco. Falta. No es suficiente contar con certeza. Esta era una historia para jugársela y rebuscar; para volverse loco, para ser un poco más Scorsese y un poco menos espectador diletante.
Amoral, cerebral, muy talentoso y muy entretenido. Así es este director; puede contar cualquier historia y hacer cualquier película. Produce asombro, admiración y extrañeza cómo rueda; crea piezas perfectas, como si fueran gélidas partidas de ajedrez. Con un dominio abrumador del oficio y una superdotada incapacidad indagadora. Un poco autista, castrado emocionalmente. Muy elevado y muy necesario a pesar de todo. Pulcro y aseado.
Y la historia ya la hemos visto muchas veces. Tío con poder compra tío don nadie. Pigmalión. Lo esclaviza y lo usa. Lo quiere y lo transforma. Lo ama, utiliza y maltrata.
El retrato de un tipo concreto: egocéntrico, manipulador y muy inteligente. "The great pretender".
Todo es mentira. Todo de pasada, de refilón. Con suave ironía y fino sarcasmo.