Qué tiempos, aquellos maravillosos años en los que había dos bloques opuestos tremendamente claros y meridianos, de sangre llenos, que, cuando se terciaba, también colaboraban, lo cortés y lo valiente (no como ahora, guirigay abstruso obtuso, abyecto engrudo), negros malos (acabaron con todos ellos, se los echa mucho de menos, genocidio extremo, y solo quedaron o nos dejaron los buenos, liebre por gato, todos, de punta a rabo, menudo aburrimiento), cardados, permanentes y calentadores, chistes a contrapelo, James Belushi dónde te metes, Gina Gershon a la que confundo con Framke Janssen siempre y pensiones o moteles de mala muerte, Terminator sin ir más lejos, regentados por majetes avant la lettre mejorando lo presente, en definitiva, no nos andemos con rodeos, la tan añorada Unión Soviética que servía de contrapeso al leviatán capitalista protestante repugnante (ahora ancha es Castilla, Sodoma y Gomorra, todo el monte es orégano), de hecho, oro en paño, mi mayor orgullo, mi bandera, santo y seña, la joya de la corona, es una camiseta roja entera con letras en blanco que dicen CCCP y que luzco en las fiestas más señaladas o de guardar, las de todos los santos, especialmente San Judas Tadeo.
La primera parte aguanta el tipo, del pitorreo padre, la segunda es más bien un estropicio, se le ve el cartón, el pepe, las calandracas, las calandrias, los pirreles y los pinreles.
Promesas del este, copió la escena de la sauna y unas cuantas cosas más de esta, Marvin Hagler, el number one, por ahí aparece, Cocaína de Black Sabbath, El color del dinero, eso, De profesión: duro, Patrick que estás en los cielos, Límite: 48 horas calcadita, dame más tiempo.
La URSS, Arnold, es casta y pura, santa y virginal, los USA, James, una casa de putas me sacas de una duda.
El delito/delirio de haber nacido.