Fea película. Floja, desvaída, tiritando de indigencia. A pesar de la, se supone casi siempre, buena intención y cariño rendido al poeta admirado.
De la ironía autocrítica y majestuosa precisión del poeta pasamos a una recreación estirada, lánguida, fofa; sin fuerza, consabida. Del carácter y la retranca sabia de Jaime a un Jordi afinadamente caricaturesco, como dejándose caer, con una sensibilidad de alcanfor. Ahí está. Mucha naftalina, huele a viejo, a acabado, a muerte, el tono, el aire, la fotografía. Plúmbea, sin vida. Con, quizás lo peor, las apariciones estelares de los amigos escritores; una colección de frases tontas y poses ridículas, demasiado almibaradas y entregadas. Un loor a la cultura de museo, enjaulada, sin alma ni sangre.
Y el sexo, ese gran problema, ese lugar de escándalo, que enfada tanto. Mal. Por obvio y primario, como quererse bañar y solo mojarse los pies, un atreverse pero solo en lo superficial, en lo más manido, una apariencia que poco dice, un no sé qué de fallido, revirado y lastimero.
Todo mal cosido, famélico. Ni la historia familiar ni la deriva política ni los menudeos genitales ni las pasiones...
Yo solo me quedaría con el recitado de sus bellos poemas y con el esfuerzo sincero por poner en primer plano a un escritor tan decisivo, prestigioso y querido como tan poco leído a pesar de su verbo reconocible e íntimo.
Jordi lo hace suyo. Y eso es bueno, y malo. Lo lleva a su terreno; una afectación pedante que no acaba de pegar con la verdad de un autor nada blando ni melifluo.
Se agradece el empeño, el intento, aunque el resultado sea tan escueto, plano y triste.