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Rusia Rusia · Stalingrado
Voto de Ferdydurke:
4
Drama. Fantástico Al intentar cruzar ilegalmente la frontera, el joven emigrante Aryan recibe un disparo, y la herida le otorga el poder de levitar. Con la ayuda del doctor Stern, logra escapar de un campo de refugiados. Fascinado por los superpoderes de Aryan, Stern ve la oportunidad de explotar el milagro. (FILMAFFINITY)
22 de noviembre de 2017
8 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo leía y no lo creía, se estrenaba una película con efectos especiales, premiada en Sitges y a la vez drama social con denuncia incluida sobre la lamentable situación de los refugiados en Europa.
Lo nunca visto. Los ojos se me hacían chiribitas, los dedos huéspedes, la temperatura corporal subía y el ánimo crecía. Cuántas ganas tenía de que llegara el día, de echarme al gaznate una nueva bebida, mágica pócima, alegría. Y el regocijo del alma y la felicidad audiovisual. Todo incluido. Un dos por uno como no lo hay en ningún sitio. Salga del cine con la conciencia reluciente del hombre informado y redimido de sus infinitos pecados y, también, con la dicha de contemplar un espectáculo evanescente. A todo dar.
Para mí pensé: este chollo inusitado me lo van a quitar de las manos, la sala va a estar a rebosar. Las colas miles de kilómetros tendrán. Masas enfervorecidas compuestas por libres y juiciosos ciudadanos que se matarán por una entrada, ansiosos de degustar tanta maravilla y ciencia acumuladas, tanto empirismo y buenos sentimientos allí derramados.
Así que allí, al mismo cine, me fui. La noche anterior. La noche entera. Con mi tienda de campaña y mi saco de dormir. Lo entendieron, algunos curiosos o agentes de la autoridad, cuando les expliqué el caso. Les pareció de lo más normal teniendo en cuenta el percal, las inevitables aglomeraciones y los muchos empujones que había, a toda costa, que evitar. Comprendieron mi pernoctación intelectual, mi noche de guardia, mi lógica prudencia y quizás temeridad.
Algo de frío pasé. Ni un ojo pegué. Pero lo asumo. Y lo asumiré.
Pasaban las horas y nadie aparecía. Raro, inaudito, me decía. Cierto es que yo hice lo mío, queriendo evitar el conflicto, a todo el que pasaba o mucho se acercaba con odio, para así espantarlo y que no me hiciera la competencia, le miraba.
Será que mi mal mirar funcionó. El caso es que cuando la hora esperada llegó, allí estábamos solo el acomodador y yo. Toda la sala para mí. Sorprendido me hallé y me vi. Qué gran soledad y cuanto hondo frenesí.
Qué rara es la gente que, a pesar de lo dicho, por allí de su bulliciosa presencia ni siquiera un atisbo tuve. En fin. Qué extraño es el mundo, pensé para mí.
¿Qué pasaría si Dios, en mala hora o por un casual, aburrido de su inmensa individualidad en el paraíso celestial, harto de mirase el ombligo, cansado de su grandiosa mismidad y, quizás, hasta un poco preocupado por los continuos desastres y chapuzas y horrores perpetrados por sus criaturas humanas ya casi olvidadas pero hace un rato, no me digáis por qué, recuperadas a sus ojos y algo más gratas, digo, qué sucedería si decidiese tomarse unas vacaciones de sí mismo y hacernos una visita? ¿Qué disfraz escogería? ¿En quién se reencarnaría? ¿O no bajaría él y mandaría a un interfecto a hacer el trabajo sucio, a un ángel como emisario perfecto?
Y más preguntas: ¿Cómo reaccionaríamos los humanos ante su presencia? ¿Hace tanto tiempo que nos abandonó, como un amante al que quisimos y ahora odiamos por su eterna ausencia y dejadez, que ya ni sabemos cómo es, ni le queremos ver? ¿Creemos que ya lo habíamos matado y lo dimos por muerto y enterrado? ¿Estamos tan a otra cosa que es imposible que lo reconozcamos? ¿Si lo reconociésemos, iríamos a por él, a volverlo a matar, a rematarlo de una maldita vez para siempre jamás? ¿Y si volviese nos daría alguna explicación, nos pediría por tanto, por todo, el necesario perdón?
Bueno, la ley de la gravedad es una de las causas principales que justifican la famosa y ominosa espantada del Demiurgo nuestro, con ese descubrimiento de Newton se nos cayó el Antiguo Régimen, la idea tranquilizadora de un universo organizado por Dios en el que nosotros eramos su reflejo, el centro de la creación. Pues no. Nuestra materia circundante, y la nuestra propia, obedecían a reglas físicas, medibles, empíricamente demostrables, neutras, puramente matemáticas, ni Dios ni leches.
Y nuestra amada Tierra no era la reina del baile de fin de curso como habíamos creído durante tanto tiempo. Al contrario, qué va, era una pobre desgraciada de la que apenas se tenía noticia, que vivía en un cuchitril del pueblo más pequeño y olvidado que imaginarse quepa. Un ser sin sustancia, anodino, minúsculo, prescindible.
Lo que vino después, ya lo sabéis, un mundo nuevo, más científico y racional pero igualmente necesitado de alguna trascendencia, de consuelo, de seguridad, de un marco que nos sostenga y dé sentido. Pero no lo encontramos y hemos buscado mil placebos o chuscos sustitutos que no hacen ningún efecto. Por eso andamos tan tristes y perdidos, tan rotos y desvencijados.
Por eso, en esta película aparece ese ángel o trasunto del Gran Hacedor. Para darnos nuevas esperanzas e ilusiones, para hacernos sentir que Dios no se había olvidado de nosotros, que nos quiere todavía, aunque tanto disimule, y con cariño nos mira. Que ahí está para lo que queramos. A toque de pito. Que nos deja el número de móvil y el guasap.
Y el traje que se pone es el de un refugiado sirio. Porque Dios también es un hombre bueno, qué os pensabais, majaderos ateos, él comparte vuestros mismos ideales y valores, y por eso se pone en la piel de los más desfavorecidos, para dar ejemplo, para que no seamos crueles con ellos y les ayudemos en estos duros momentos.
Pero claro, como somos tan malos y lerdos, a tiros lo recibimos. Lo matamos y no le queda más remedio que volver a resucitar, sí, como aquella vez, repartir milagros y grandes espectáculos, voladeros ellos siempre, allá por donde va.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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