Yo serví al caudillo de España mientras de fondo sonaba el bayón de Ana.
No me gusta casi nada, sentando cátedra, toda la parte dramática, lo que supone el meollo de la película, su mayor cacho, es muy lamentable, todo burdo, abrupto, bruto, el cuento de la Cenicienta, Abel y Caín, cuernos por acá y acullá y los atavismos políticos guerracivilistas, la rojilla santa y buena versus la bruja o madre abuela falangista de echar a correr, cuota de mercado, de lado, solo aprecio o salvo la gran fotografía de Alcaine, esa nitidez hermosa, algunas pocas escenas por cómo están rodadas, las del principio por su vivacidad, las más fantasmagóricas casi como de Bergman o las de los matorrales y el generalísimo por su natural impronta y otras escasas por los chascarrillos berlanguianos, muy especialmente la de la tortilla con tantos pobres desgraciados gorroneando, hambre atrasada mediante, al retortero, pero ese resto culebronesco apasionadamente mostrenco y penoso es un engrudo engorroso y muy estrafalario, muy obvio y aparatoso, esquemático, exagerado, sin explicar bien, sin causa ni motivo, espantajos, hasta involuntariamente paródico o incluso la mar de desagradable en/con, muy por ejemplo, las aberrantes apariciones/intervenciones de ese ser repugnante de la policía o el, sí, ridículo cantamañanas de Arias, personaje imposible, y hasta el chiquillo que es un pan sin sal, muy cargante o pasmado. Es muy lamentable tanto en los amores encontrados como en las disputas/trifulcas fraternales, hay mucha escena grotesca a tanto respecto, la del aceite, la de la pistola varias veces y repito porque me toca, el polvo hasta arriba de ropa que no hay maldita sea la manera ni aunque seas Houdini y el personaje de Encarna Paso, ella es estupenda, que variadas veces actúa como pollo sin cabeza, mala por puro vicio o deporte.
Ellas, en cambio, me gustan mucho, entrambas, Ángela más hacia dentro, más improvisada y espontánea y original y especial, a rabiar guapa, Ana mucho más perfecta y bien diccionada y arpía y hacia fuera y también muy atractiva a su sustanciosa manera coqueta como de cine negro mujer fatal o perversa, exactas, ellos no, el chaval menos y los secundarios ahí le andan, pero la madre del cordero degollado es esa historia que se cae a trozos de brocha muy gorda, que transcurre a borbotones, sangrando como un gorrino, llena de tropiezos y enormes desproporciones.
El estilo de Gutiérrez Aragón tiene sus más y sus menos, a favor su libertad e imaginación, que narra como al desgaire, un naturalismo campechano y de la tierra, vigoroso, proteico, burro y a la vez o a ratos también un tanto delicado, señoriiiitoooo, formalmente enjundioso y expresivo, en contra su tendencia a lo simplón y subrayado, a mostrar o plantear situaciones de mal gusto y personajes caricaturescos, a tramas mal contadas y muy poco matizadas, a grandes rasgos, a su constante alergia a la sutileza o la elegancia, a la mezcla indiscriminada, donde caiga, de géneros o asuntos que no están bien cosidos, a la carrera, al descuido, a lo desmañado y el alboroto, al dejarse caer o llevar sin mucho gobierno ni tiento, nada que ver con cualquier atisbo de perfeccionismo en su acabado en ocasiones hasta, narrativamente, chapucero, como si a sus películas les faltara siempre otra vuelta de tuerca, un hervor, la mano de pintura definitiva, la imponente rúbrica o sello regio del verdadero maestro que se deja la piel en ello.
Un sí no es aquí en su mayor parte fallido y desperfecto, algo contrahecho.
Errol Flynn sí. Secretos del corazón.