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Drama
Retrato de Miguel de Unamuno durante su exilio en Fuerteventura por su oposición a la dictadura de Primo de Rivera. Un análisis de los por menores de lo que fue una experiencia que produjo una profunda transformación en el escritor bilbaíno. (FILMAFFINITY)
20 de noviembre de 2016
11 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
O sí. Quizás volvamos a tropezar una vez más con la misma puta piedra.
Qué cruz. No está pagado. Qué dura vida lleva un espectador de cine, ni los galeotes de la antigüedad, ni en el infierno de Dante o en el palacio de justicia (español).
No solo no te desasnan a mansalva y a la fuerza o, más finamente, ilustran, ni siquiera te enseñan un poco o te iluminan esa cueva oscura en la que vives, qué va, no se conforman con abandonarte a tu suerte ignorante, además se empeñan, los muy puñeteros o cabrones, en aleccionarte día y noche como a borrego sin remedio, que ni tuvieras cinco años o fueras medio lelo.
Y, para colmo, ya no respetamos ni a los muertos ni a las más sagradas letras, ni a las glorias del pasado ni la historia. Todo les vale para tratar de amueblarte la cabeza de una vez por todas, a toda costa, moldearte las ideas o dirigirte el pensamiento por el camino correcto.
Pobre Unamuno, el bendito que se creía ya tranquilo, vetusta figura santificada y a descansar, en paz, olvidado por la inmensa mayoría y feliz en su descanso eterno. Y no. Otra vez al ruedo, al púlpito y al panfleto. Si lo sabe, resucita y no perdona a nadie. Se iban a enterar estos mastuerzos.
En este caso uno creía que le iban a contar las andanzas del bueno de don Miguel por Fuerteventura, esos meses que pasó exiliado por sus opiniones, siempre revoltosas, contra la dictadura de Primo de Rivera. Pensaba que nos iban a descubrir nuevas noticias o sucedidos reveladores, por lo menos alguna gracia, curiosidad o anécdota.
Y volvemos al no. Casi siempre no. Gana demasiadas veces la partida.
Nos encontramos con una especie de western pobretón, básico. Uno de esos que hacía como churros el gran Randolph Scott, aquellos en los que llegaba a una ciudad perdida y ponía todo patas arriba, faro moral en la tempestad de la corrupción, luz en la oscuridad. A Miguel le faltaron las pistolas y el whisky. O quizás algo más cercano, como un capítulo de esas series que gustaron tanto en su día, "Autopista hacia el cielo", "El equipo A", "El coche fantástico" y muchas más; tramas sencillas en las que uno o varios héroes restablecían el orden y traían de vuelta el bien a pequeñas comunidades asoladas por malvados, tantos caciques y cobardes.
Un gerifalte muy villanesco, pobre gente acojonada y/o explotada, una mujer en apuros, una niña inocente, un hombre débil pero bueno, un cura dubitativo y un poco perdido y nuestro titán que guía a todos hacia el bien y la verdad, camino de santidad.
Mezcla de Quijote (sin su humor ni su hondura) como incansable desfacedor de entuertos, Gandhi (pero más de andar por casa), el de la revolución pacífica, Mary Poppins (masculinizada, apropiación cultural y de género) y su mano izquierda con los niños, el Che Guevara (menos guapo) y su conciencia social, el Santo Job (sin tanta paciencia) y su reciadumbre, y un monje shaolín por su mucha templanza y gran control.
Maestro moral, superhéroe de la natación*, pensador rocoso, hombre casto, salomónico, justiciero, valeroso, amoroso...
Bueno, estaba sorprendido, un poco aburrido, pero no demasiado ofendido (uno tiene un gran corazón y comprende siempre). El espectáculo era pueril, naíf, un tanto ridículo y bastante bonachón; como de Disney, irritantemente amable, desquiciadamente pacato. Pero se salvaba por la isla en cuestión, bella a su manera desértica y salvaje, por algún actor (él, José Luis Gómez, está bien) y por las, se suponía, buenas, aunque muy rudimentarias y simples, intenciones.
Pero había un, o varios apelotonados más bien, final (ya apuntado al principio, la pescadilla que se muerde la cola) esperando agazapado a la vuelta traicionera de la esquina. Ridículo y rimbombante. Meloso, poético-siniestro y cuchufletero para más señas.
Vayamos al spoiler (por falta de espacio irá en este lugar) y terminemos la faena como Dios manda, como los hombres buenos y santos suelen hacer.
* Esa fue una señal definitiva de la bestia que no quise ver, los ojos me tapé, esa escena de risa en la que se tira al mar cual delfín y, tras chapuzón inopinado, salva a la damisela en apuros ("esa enamorada" existió y le visitó, aunque parece que acompañada de su hija). Otra muy clara se dio en la despedida de la niña, como si estuviésemos en "Raíces profundas" o "El jinete pálido", cuando le grita que por favor vuelva, que nunca se vaya.
De entre todos los acontecimientos de su vida, escogen uno de sus grandes hits, el famoso encontronazo con Millán Astray en plena debacle nacional o, citándole mejor, "suicidio colectivo" y "guerra incivil".
Y esa imposible relación (como si fueran causa y efecto y no hubiera habido por medio millones de vaivenes en la vida del protagonista y también escritos abigarrados, vigorosos y a veces contradictorios que dieron muestra de sus idas y venidas intelectuales y políticas) entre los meses de exilio isleño y el famoso incidente se articula a través de la niña ya crecida, eso parece, como conciencia del ya muy cansado, moriría ese mismo año, Unamuno.
Y la forma es burda, simplificadora, estrepitosa y chusca. Una representación grosera de hechos espantosos.
No es que ese final salmantino no sucediera más o menos (hay varias versiones que coinciden en lo fundamental y difieren sobre todo en el adorno) parecido a cómo se muestra, que sí, que pasó, lo malo es su truhanesca utilización, como si la trayectoria de Unamuno, de una infinita complejidad, tuviese que reducirse a ese momento, como si su estancia en Fuerteventura tuviese algo que ver más allá de la obvia "manía" de meterse en problemas que tenía Miguel. Es decir, que se demuestra finalmente que nada les importaba en verdad la figura de Unamuno ni había interés real por su vida isleña, nada más que como excusa o trampolín para convertirlo en una especie de fantoche que tiene mucho más que ver con ideas actuales tan planas de ciertos grupos que con lo que él fue, pensó o escribió en realidad.
Qué cruz. No está pagado. Qué dura vida lleva un espectador de cine, ni los galeotes de la antigüedad, ni en el infierno de Dante o en el palacio de justicia (español).
No solo no te desasnan a mansalva y a la fuerza o, más finamente, ilustran, ni siquiera te enseñan un poco o te iluminan esa cueva oscura en la que vives, qué va, no se conforman con abandonarte a tu suerte ignorante, además se empeñan, los muy puñeteros o cabrones, en aleccionarte día y noche como a borrego sin remedio, que ni tuvieras cinco años o fueras medio lelo.
Y, para colmo, ya no respetamos ni a los muertos ni a las más sagradas letras, ni a las glorias del pasado ni la historia. Todo les vale para tratar de amueblarte la cabeza de una vez por todas, a toda costa, moldearte las ideas o dirigirte el pensamiento por el camino correcto.
Pobre Unamuno, el bendito que se creía ya tranquilo, vetusta figura santificada y a descansar, en paz, olvidado por la inmensa mayoría y feliz en su descanso eterno. Y no. Otra vez al ruedo, al púlpito y al panfleto. Si lo sabe, resucita y no perdona a nadie. Se iban a enterar estos mastuerzos.
En este caso uno creía que le iban a contar las andanzas del bueno de don Miguel por Fuerteventura, esos meses que pasó exiliado por sus opiniones, siempre revoltosas, contra la dictadura de Primo de Rivera. Pensaba que nos iban a descubrir nuevas noticias o sucedidos reveladores, por lo menos alguna gracia, curiosidad o anécdota.
Y volvemos al no. Casi siempre no. Gana demasiadas veces la partida.
Nos encontramos con una especie de western pobretón, básico. Uno de esos que hacía como churros el gran Randolph Scott, aquellos en los que llegaba a una ciudad perdida y ponía todo patas arriba, faro moral en la tempestad de la corrupción, luz en la oscuridad. A Miguel le faltaron las pistolas y el whisky. O quizás algo más cercano, como un capítulo de esas series que gustaron tanto en su día, "Autopista hacia el cielo", "El equipo A", "El coche fantástico" y muchas más; tramas sencillas en las que uno o varios héroes restablecían el orden y traían de vuelta el bien a pequeñas comunidades asoladas por malvados, tantos caciques y cobardes.
Un gerifalte muy villanesco, pobre gente acojonada y/o explotada, una mujer en apuros, una niña inocente, un hombre débil pero bueno, un cura dubitativo y un poco perdido y nuestro titán que guía a todos hacia el bien y la verdad, camino de santidad.
Mezcla de Quijote (sin su humor ni su hondura) como incansable desfacedor de entuertos, Gandhi (pero más de andar por casa), el de la revolución pacífica, Mary Poppins (masculinizada, apropiación cultural y de género) y su mano izquierda con los niños, el Che Guevara (menos guapo) y su conciencia social, el Santo Job (sin tanta paciencia) y su reciadumbre, y un monje shaolín por su mucha templanza y gran control.
Maestro moral, superhéroe de la natación*, pensador rocoso, hombre casto, salomónico, justiciero, valeroso, amoroso...
Bueno, estaba sorprendido, un poco aburrido, pero no demasiado ofendido (uno tiene un gran corazón y comprende siempre). El espectáculo era pueril, naíf, un tanto ridículo y bastante bonachón; como de Disney, irritantemente amable, desquiciadamente pacato. Pero se salvaba por la isla en cuestión, bella a su manera desértica y salvaje, por algún actor (él, José Luis Gómez, está bien) y por las, se suponía, buenas, aunque muy rudimentarias y simples, intenciones.
Pero había un, o varios apelotonados más bien, final (ya apuntado al principio, la pescadilla que se muerde la cola) esperando agazapado a la vuelta traicionera de la esquina. Ridículo y rimbombante. Meloso, poético-siniestro y cuchufletero para más señas.
Vayamos al spoiler (por falta de espacio irá en este lugar) y terminemos la faena como Dios manda, como los hombres buenos y santos suelen hacer.
* Esa fue una señal definitiva de la bestia que no quise ver, los ojos me tapé, esa escena de risa en la que se tira al mar cual delfín y, tras chapuzón inopinado, salva a la damisela en apuros ("esa enamorada" existió y le visitó, aunque parece que acompañada de su hija). Otra muy clara se dio en la despedida de la niña, como si estuviésemos en "Raíces profundas" o "El jinete pálido", cuando le grita que por favor vuelva, que nunca se vaya.
De entre todos los acontecimientos de su vida, escogen uno de sus grandes hits, el famoso encontronazo con Millán Astray en plena debacle nacional o, citándole mejor, "suicidio colectivo" y "guerra incivil".
Y esa imposible relación (como si fueran causa y efecto y no hubiera habido por medio millones de vaivenes en la vida del protagonista y también escritos abigarrados, vigorosos y a veces contradictorios que dieron muestra de sus idas y venidas intelectuales y políticas) entre los meses de exilio isleño y el famoso incidente se articula a través de la niña ya crecida, eso parece, como conciencia del ya muy cansado, moriría ese mismo año, Unamuno.
Y la forma es burda, simplificadora, estrepitosa y chusca. Una representación grosera de hechos espantosos.
No es que ese final salmantino no sucediera más o menos (hay varias versiones que coinciden en lo fundamental y difieren sobre todo en el adorno) parecido a cómo se muestra, que sí, que pasó, lo malo es su truhanesca utilización, como si la trayectoria de Unamuno, de una infinita complejidad, tuviese que reducirse a ese momento, como si su estancia en Fuerteventura tuviese algo que ver más allá de la obvia "manía" de meterse en problemas que tenía Miguel. Es decir, que se demuestra finalmente que nada les importaba en verdad la figura de Unamuno ni había interés real por su vida isleña, nada más que como excusa o trampolín para convertirlo en una especie de fantoche que tiene mucho más que ver con ideas actuales tan planas de ciertos grupos que con lo que él fue, pensó o escribió en realidad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Trataré de explicarme mejor: tras lo visto en la isla, pareciera que al ser Unamuno un hombre tan bueno, generoso, honrado y preocupado por los problemas de los más necesitados, casi ateo (o por lo menos muy escéptico) y ejemplar en todos los aspectos, resultaría inevitable pensar que ante el alzamiento, sublevación o golpe de estado de los militares, a gusto del consumidor, que cada uno lo defina como quiera, obviamente, cómo no, válgame Dios, a quién se le puede ocurrir pensar otra cosa si estamos todos a una, tendría que sentir rechazo y repulsión sin matices, a espuertas ya que, obviamente también, según esa mentalidad coyuntural y actual de los más bien pensantes, tan elevados, la república era el bien absoluto y esos rebeldes facinerosos el mal abismal, el horror y la barbarie. Lo mismo que como en el discurso final vemos al mismo Miguel defender a vascos y catalanes del ataque de los franquistas, debemos creer que él estaba a favor de esas "sensibilidades nacionalistas" y en contra del burro centralismo español, por supuesto.
Pues más bien casualmente justo todo lo contrario, qué raro, sorpresa, sorpresa. Estoy muy lejos de ser un gran conocedor de la obra y vida de Unamuno, pero algo, un poco sí que he leído de/sobre él y algún pequeño apunte se puede al respecto hacer, por ejemplo, y si mis informaciones no me confunden demasiado:
- Así como al principio fue un entusiasta y esperanzado seguidor de la república, con el paso del tiempo se fue desencantando y rechazándola. Se acabó arrepintiendo de su apoyo.
- Hubo varios motivos para su desilusión, pero algunos de los más importantes parece que fueron el creciente anticlericalismo (le horrorizaba, no hablemos de la quema de iglesias o similares barrabasadas), consideraba el cristianismo, de hecho, como clave innegociable de la tradición española, más allá de sus dudas personales; y también la permisividad con las peticiones catalanes y en menor medida vascas (era bilbaíno, pero también se las tuvo tiesas con algunos de los nacionalistas de su tierra), que él consideraba inapropiadas y perniciosas, lo mismo que tenía al castellano o español como lengua máxima de unión y exclusividad, en un altar.
- Se consideraba un liberal que repudiaba tanto a las derechas como a las izquierdas.
- Aplaudió y celebró el golpe de Franco (por increíble que os parezca, cosas veredes, amigos del cine tan democráticos y ejemplares). Pensaba que era la única manera de acabar con el odio, la lucha de clases y la anarquía que, según él, se estaban apoderando y destruyendo España.
- Al poco de sublevarse los militares, le empezaron a llegar noticias de las tropelías que estaban cometiendo y de ahí el rechazo que vemos en esa última escena. No calculó la brutalidad militar y su capacidad asesina. Creyó que la cosa se arreglaría rápido y sin mucha barbarie.
Todo esto vale para señalar que justo Unamuno es una de las figuras menos domadas y encasillables que ha habido o dado la rica cultura española; ya que atacó, y defendió, según el momento y su predisposición o criterio, durante su larga labor como hombre de letras, casi todo, de cualquier bando, ideología o parroquia, se metió con (casi) todos y contra todo, solo fue fiel a su tremenda capacidad de polemizar, a su gran vanidad y a su inteligencia descomunal.
Por lo tanto, la película se podía haber limitado a la etapa de Fuerteventura o a la de los momentos previos, contemporáneos o posteriores a la guerra civil, pero no esta mezcolanza chapucera, histriónica, ridícula, risible, sectaria, banal y tan manipulada de una figura tan irreductibe y enorme como fue Unamuno.
Si se quería simplemente señalar su santidad moral y no había más intención que esa, mal, no lo conviertes en un pelele o monigote tan caricaturesco, de tan poco vuelo, si se pretendía utilizar su figura para arrimar el ascua a la sardina de las luchas actuales tan cutres y mediocres, tan bajunas y miserables, peor si cabe, con él eso era imposible.
Pues más bien casualmente justo todo lo contrario, qué raro, sorpresa, sorpresa. Estoy muy lejos de ser un gran conocedor de la obra y vida de Unamuno, pero algo, un poco sí que he leído de/sobre él y algún pequeño apunte se puede al respecto hacer, por ejemplo, y si mis informaciones no me confunden demasiado:
- Así como al principio fue un entusiasta y esperanzado seguidor de la república, con el paso del tiempo se fue desencantando y rechazándola. Se acabó arrepintiendo de su apoyo.
- Hubo varios motivos para su desilusión, pero algunos de los más importantes parece que fueron el creciente anticlericalismo (le horrorizaba, no hablemos de la quema de iglesias o similares barrabasadas), consideraba el cristianismo, de hecho, como clave innegociable de la tradición española, más allá de sus dudas personales; y también la permisividad con las peticiones catalanes y en menor medida vascas (era bilbaíno, pero también se las tuvo tiesas con algunos de los nacionalistas de su tierra), que él consideraba inapropiadas y perniciosas, lo mismo que tenía al castellano o español como lengua máxima de unión y exclusividad, en un altar.
- Se consideraba un liberal que repudiaba tanto a las derechas como a las izquierdas.
- Aplaudió y celebró el golpe de Franco (por increíble que os parezca, cosas veredes, amigos del cine tan democráticos y ejemplares). Pensaba que era la única manera de acabar con el odio, la lucha de clases y la anarquía que, según él, se estaban apoderando y destruyendo España.
- Al poco de sublevarse los militares, le empezaron a llegar noticias de las tropelías que estaban cometiendo y de ahí el rechazo que vemos en esa última escena. No calculó la brutalidad militar y su capacidad asesina. Creyó que la cosa se arreglaría rápido y sin mucha barbarie.
Todo esto vale para señalar que justo Unamuno es una de las figuras menos domadas y encasillables que ha habido o dado la rica cultura española; ya que atacó, y defendió, según el momento y su predisposición o criterio, durante su larga labor como hombre de letras, casi todo, de cualquier bando, ideología o parroquia, se metió con (casi) todos y contra todo, solo fue fiel a su tremenda capacidad de polemizar, a su gran vanidad y a su inteligencia descomunal.
Por lo tanto, la película se podía haber limitado a la etapa de Fuerteventura o a la de los momentos previos, contemporáneos o posteriores a la guerra civil, pero no esta mezcolanza chapucera, histriónica, ridícula, risible, sectaria, banal y tan manipulada de una figura tan irreductibe y enorme como fue Unamuno.
Si se quería simplemente señalar su santidad moral y no había más intención que esa, mal, no lo conviertes en un pelele o monigote tan caricaturesco, de tan poco vuelo, si se pretendía utilizar su figura para arrimar el ascua a la sardina de las luchas actuales tan cutres y mediocres, tan bajunas y miserables, peor si cabe, con él eso era imposible.