Dolerme. Los profesionales, los mercenarios, son perseguidos por Taxi Driver.
El principio es espantoso y toda la parte final es increíblemente mala, de bostezo. Lo del medio es un agradable y entretenido relleno, tiene un pase, qué hace, qué bueno.
Este superhombre moral, ejecutor endemoniado y gran accionista del asesinato redime a un pintor negro que ni Picasso, se preocupa por el alma de su amada amiga, desface entuertos en forma de inopinadas venganzas por escabrosas afrentas a damiselas buenas, ayuda a un viejo judío santo, se reencuentra con antiguos camaradas tras buscarlos en Facebook, lee como un cabrón el culto señor y es muy solitario el lobo estepario.
El mundo es un lugar cruel e inhóspito, sin ley ni moral, el poder es arbitrario y a la mínima te deja tirado, todo es relativo y se rige por la inmisericorde teoría de la evolución. Pero cada uno en sí mismo sabe lo que es bueno y debe luchar por ello en la misma medida que debe tratar de evitar lo malo, con el mismo ahínco y dedicación, caiga quien caiga, a cualquier precio.
Película de acción actual que repite todos los tópicos y códigos más clásicos con una factura que pretende ser impactante, seca, potente.
Tiene empaque, cierta clase, aunque mucho más cerca de abrazar la pura bazofia que de salvarse de la gran quema, Torquemada, sea.
Es un placer verla, también te aburre a ratos y hasta quizás te indigne. Es el calorcito del sitio conocido, del trabajo bien hecho, también de la caradura comercial más desalmada, rutinaria y en el fondo malvada, por no arriesgar y conformarse solo con la profesionalidad más boba, falsa, rala.
A Denzel me lo como y los demás son un coro bueno.
Antoine Fuqua es un buen director, cumplidor, contundente.