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Voto de Ferdydurke:
7
7,7
6.461
Drama
Freddie Clegg, un empleado del Banco de Londres, es un hombre introvertido y triste que se dedica a coleccionar mariposas. Su vida cambia bruscamente cuando le toca la lotería, pues entonces decide secuestrar a Miranda Grey, una joven estudiante de arte por la que se siente atraído desde hace tiempo. Compra una casa en las afueras de Londres y retiene a la chica en el sótano un mes. Durante ese tiempo afloran en los dos personajes ... [+]
9 de febrero de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El entomólogo. El novio de la muerte. Tiempo y dinero. Una broma pesada. El amante lesbiano. Casa de muñecas.
Es una historia muy triste. Un callejón sin salida. Él es demasiado ambicioso y perfeccionista, quiere reducir la vida a una fórmula o método cerrado, imposible; ella es demasiado niña, inexperta, idealista, creída. Él quiere que ella se enamore de él, ese es el problema, el amor, siempre el amor, si solo hubiera querido sexo o dinero, nada de todo esto hubiera sucedido, todo se hubiera solucionado rápido, pero claro, conseguir que te quieran es muy difícil, y, sobre todo, pretender que sea creíble eso sí que es complicadísimo, que la intérprete correspondiente tenga las tablas suficientes, toda la experiencia necesaria para que el personaje lo haga suyo, se lo crea, lo sienta como propio y que además sea capaz de improvisar de acuerdo a las cambiantes circunstancias, en este caso muy adversas, para convencer al otro, para que sea verosímil su sentimentalidad y posible entrega, del amor de verdad ya ni hablamos, la ciencia ficción en otra ventanilla, tantos requisitos que no se dan, todo lo que aquí claramente no pasa, la chica que pinta es una actriz mala, inocente, brumosa, barullera, y para colmo demasiado pendiente de sí misma, incapaz de sacar de su ombligo la cabeza, sin darse cuenta realmente de lo que tiene enfrente, de con quien se la juega, de calibrarlo y medirlo para actuar en consecuencia, hilando fino, no siendo tan necia, del calado del problema, siempre tarde y a remolque, muy ensimismada, lo infravalora, no ve a los demás, no se entera, como le pasa a la mayoría de la gente, y así no hay maldita sea la manera de salir bien parada de semejante condena.
Y él, para más inri, tiene mucho resentimiento acumulado, mucho odio de todo, de clase, de cultura, de ambiente, familia, amigos, novios, veneno en vena sin remedio, en verdad, si nos ponemos serios, él, más que a ella, lo que quiere es robarle su vida entera, todas sus relaciones y esperanzas e ilusiones, su sexo, pasiones, estímulos y posibilidades, por eso es tan complejo el problema, porque en verdad él quiere ser ella, y eso no puede ser, lamentablemente, no la ama como a un otro, como una posible relación de dos, lo que desea es usurparla, mantener la unidad, la suya, su misma alma, pero dentro de otro cuerpo o esencia y con otras mejores posibilidades, él es solo un triste vampiro con hambre atrasada, sediento, en ayuno, y ella un recipiente rebosante de sangre fresca que no se da cuenta.
Él se toma la realidad al pie de la letra, ella cree que la maneja, que puede jugar con las cosas como con los cuadros, tiene de la vida una opinión demasiado alta o candorosa, no es realista ni pragmática, solo cuando la fuerzan mucho, a duras penas, es demasiado sana y normal y buena chica, no tiene alma de artista, es mediocre, plana, no inventa, solo apenas reacciona. Él no entiende los dobles juegos, las insinuaciones, la imaginación, la creación, la ironía, el desdoblamiento; ella, aunque pueda parecer lo contrario, tampoco, no se distancia de sí misma, se tiene en muy alta estima, nada comprende realmente, es solo fachada, su cultura no ha hecho mella, es solo barniz o maquillaje, no sabe explicarse ni entiende; son dos ciegos atrapados en una cueva oscura, el victimario y la víctima encerrados en la misma vitrina.
La película es matemática, precisa y preciosa, torturada y bella, con una gran banda sonora que acompaña con grandeza y dos buenos actores, más ella, y una dirección estupenda del gran Wyler.
Picasso y El guardián entre el centeno. No los entiende, al primero por raro y timador, al segundo por histérico, consentido, caprichoso y mala persona que vive instalado en la eterna queja, y se frustra y rabia como un niño pequeño porque tiene la sensibilidad suficiente para intuir que algo se le escapa, que algo muy bueno se está perdiendo. Y ella no es capaz de ser didáctica, de salir de sí para tratar de que él aprenda, siempre tiene la mente fuera, en el futuro, nunca en el presente, siempre está pensando en salir, en el resultado, no en el proceso, quiere atajos, no sabe que no hay de eso, por lo que no se fija en él, no es capaz de conquistarle o ganárselo, de convertirlo en un perrillo faldero necesitado de afecto, ni tampoco de lo contrario, de hacerse de verdad cargo de la situación y actuar en consecuencia, sin miramientos, cruel y fríamente, a muerte, se queda a medias de todo, sin terminar de hacer, así es, espera que las cosas se resuelvan por sí solas, cree que con un poco de ayuda, con un empujoncito es suficiente y no, por lo que no es capaz de decirle, por ejemplo, de explicarle que Picasso es solo un suma sigue, el brillante resultado de una abigarrada tradición y el producto destacado o culminante de un determinado momento histórico concreto, la cúspide de la pirámide, que la vida no se detiene, siempre está en movimiento, y que el arte es su reflejo, y tampoco le cuenta que Salinger era un pillo sufriente, listo como el hambre, que veía a la gente como en realidad era ya que eran reflejos de sí mismo, de todo lo que no le gustaba y proyectaba en los demás, y que claro que él no es así, él es de otra manera, pero nada de eso le dice, ni tampoco que la alta, o no tanto, cultura no es más que un código que hay que saber descifrar y para lo que se requiere de un cierto entrenamiento y alguna innata predisposición, todo de lo que él carece ciertamente, en realidad, como él le recrimina, nunca le cuenta nada, en el fondo profundamente lo desprecia, ni le importa ni cuenta, es algo pasajero, una molestia ocasional un poco gorda y a otra cosa. Y él quiere que ella lo sienta, que su presencia se note, es orgulloso, maniático, sí, está loco, es incapaz de relacionarse con los demás porque no es flexible ni da la talla en la comedia de la vida, la farsa le supera, es torpe y corto en ese aspecto, no es un buen comediante, es neurótico y obsesivo, un crío cruel que solo sabe jugar con juguetes muertos.
Es una historia muy triste. Un callejón sin salida. Él es demasiado ambicioso y perfeccionista, quiere reducir la vida a una fórmula o método cerrado, imposible; ella es demasiado niña, inexperta, idealista, creída. Él quiere que ella se enamore de él, ese es el problema, el amor, siempre el amor, si solo hubiera querido sexo o dinero, nada de todo esto hubiera sucedido, todo se hubiera solucionado rápido, pero claro, conseguir que te quieran es muy difícil, y, sobre todo, pretender que sea creíble eso sí que es complicadísimo, que la intérprete correspondiente tenga las tablas suficientes, toda la experiencia necesaria para que el personaje lo haga suyo, se lo crea, lo sienta como propio y que además sea capaz de improvisar de acuerdo a las cambiantes circunstancias, en este caso muy adversas, para convencer al otro, para que sea verosímil su sentimentalidad y posible entrega, del amor de verdad ya ni hablamos, la ciencia ficción en otra ventanilla, tantos requisitos que no se dan, todo lo que aquí claramente no pasa, la chica que pinta es una actriz mala, inocente, brumosa, barullera, y para colmo demasiado pendiente de sí misma, incapaz de sacar de su ombligo la cabeza, sin darse cuenta realmente de lo que tiene enfrente, de con quien se la juega, de calibrarlo y medirlo para actuar en consecuencia, hilando fino, no siendo tan necia, del calado del problema, siempre tarde y a remolque, muy ensimismada, lo infravalora, no ve a los demás, no se entera, como le pasa a la mayoría de la gente, y así no hay maldita sea la manera de salir bien parada de semejante condena.
Y él, para más inri, tiene mucho resentimiento acumulado, mucho odio de todo, de clase, de cultura, de ambiente, familia, amigos, novios, veneno en vena sin remedio, en verdad, si nos ponemos serios, él, más que a ella, lo que quiere es robarle su vida entera, todas sus relaciones y esperanzas e ilusiones, su sexo, pasiones, estímulos y posibilidades, por eso es tan complejo el problema, porque en verdad él quiere ser ella, y eso no puede ser, lamentablemente, no la ama como a un otro, como una posible relación de dos, lo que desea es usurparla, mantener la unidad, la suya, su misma alma, pero dentro de otro cuerpo o esencia y con otras mejores posibilidades, él es solo un triste vampiro con hambre atrasada, sediento, en ayuno, y ella un recipiente rebosante de sangre fresca que no se da cuenta.
Él se toma la realidad al pie de la letra, ella cree que la maneja, que puede jugar con las cosas como con los cuadros, tiene de la vida una opinión demasiado alta o candorosa, no es realista ni pragmática, solo cuando la fuerzan mucho, a duras penas, es demasiado sana y normal y buena chica, no tiene alma de artista, es mediocre, plana, no inventa, solo apenas reacciona. Él no entiende los dobles juegos, las insinuaciones, la imaginación, la creación, la ironía, el desdoblamiento; ella, aunque pueda parecer lo contrario, tampoco, no se distancia de sí misma, se tiene en muy alta estima, nada comprende realmente, es solo fachada, su cultura no ha hecho mella, es solo barniz o maquillaje, no sabe explicarse ni entiende; son dos ciegos atrapados en una cueva oscura, el victimario y la víctima encerrados en la misma vitrina.
La película es matemática, precisa y preciosa, torturada y bella, con una gran banda sonora que acompaña con grandeza y dos buenos actores, más ella, y una dirección estupenda del gran Wyler.
Picasso y El guardián entre el centeno. No los entiende, al primero por raro y timador, al segundo por histérico, consentido, caprichoso y mala persona que vive instalado en la eterna queja, y se frustra y rabia como un niño pequeño porque tiene la sensibilidad suficiente para intuir que algo se le escapa, que algo muy bueno se está perdiendo. Y ella no es capaz de ser didáctica, de salir de sí para tratar de que él aprenda, siempre tiene la mente fuera, en el futuro, nunca en el presente, siempre está pensando en salir, en el resultado, no en el proceso, quiere atajos, no sabe que no hay de eso, por lo que no se fija en él, no es capaz de conquistarle o ganárselo, de convertirlo en un perrillo faldero necesitado de afecto, ni tampoco de lo contrario, de hacerse de verdad cargo de la situación y actuar en consecuencia, sin miramientos, cruel y fríamente, a muerte, se queda a medias de todo, sin terminar de hacer, así es, espera que las cosas se resuelvan por sí solas, cree que con un poco de ayuda, con un empujoncito es suficiente y no, por lo que no es capaz de decirle, por ejemplo, de explicarle que Picasso es solo un suma sigue, el brillante resultado de una abigarrada tradición y el producto destacado o culminante de un determinado momento histórico concreto, la cúspide de la pirámide, que la vida no se detiene, siempre está en movimiento, y que el arte es su reflejo, y tampoco le cuenta que Salinger era un pillo sufriente, listo como el hambre, que veía a la gente como en realidad era ya que eran reflejos de sí mismo, de todo lo que no le gustaba y proyectaba en los demás, y que claro que él no es así, él es de otra manera, pero nada de eso le dice, ni tampoco que la alta, o no tanto, cultura no es más que un código que hay que saber descifrar y para lo que se requiere de un cierto entrenamiento y alguna innata predisposición, todo de lo que él carece ciertamente, en realidad, como él le recrimina, nunca le cuenta nada, en el fondo profundamente lo desprecia, ni le importa ni cuenta, es algo pasajero, una molestia ocasional un poco gorda y a otra cosa. Y él quiere que ella lo sienta, que su presencia se note, es orgulloso, maniático, sí, está loco, es incapaz de relacionarse con los demás porque no es flexible ni da la talla en la comedia de la vida, la farsa le supera, es torpe y corto en ese aspecto, no es un buen comediante, es neurótico y obsesivo, un crío cruel que solo sabe jugar con juguetes muertos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Él es talentoso, solo hay que observar la que monta, ese cuartito de las muñecas que a ella le ofrenda, cuanto estilo y minuciosidad requiere, lo que supone en cuanto a orden y disciplina toda su esmerada conducta. Y no se quiere rebajar, la quiere dominar también en el terreno de la bondad o las buenas formas, y le plantea a ella un juego muy siniestro o perverso, el que consiste en que ella se humille todo lo posible sin que dé a entender que lo hace forzada, le debe salir natural, como un espectador veleidoso o un rey que exige el máximo entretenimiento a su bufón, bufona en este caso. No se conforma con encarcelar su cuerpo, su tiempo y espacio, también desea domesticar y someter su voluntad, alma y sentimientos, como un Doctor Frankenstein posmoderno, psicológico, sutil y traicionero.
El final es lógico, exacto, inevitable; ella no es capaz de afrontar la verdad y así matarlo a él, ese es el verdadero precio de su libertad, una vida humana, la de su carcelero nada menos, y él se enfrenta a su paradoja irresoluble, quiere que lo muerto lo ame como si estuviera vivo, y no es posible.
El epílogo es inesperado, desconcertante, juguetón, también cínico, retorcido, nihilista y hermoso; ha aprendido la lección, sus exigencias han bajado, se ha adaptado a la fuerza rotunda de los hechos, no hace falta que te quieran ni que la elegida sea una diosa, basta con que te aguante y entretenga, que se conforme con fingir a cambio de lo que tú generosa y forzadamente le ofrezcas; si un contrato no funciona, se rompe y se escribe otro, él al fin y al cabo era un chupatintas que de eso entiende un poco.
Nos deben una segunda parte, necesariamente.
El director es un mero observador que no juzga aunque quizás sea a veces demasiado explícito (en la escena en la que los compañeros se ríen de él por redundante y subrayada o en la de las mariposas muertas ya que la metáfora es clamorosamente evidente, y tal vez también sobre la de la tensión hitchcockiana, ese agua que corre y no se detiene, por muy brillante y lograda que sea se sale del tono del resto), solo expone, enseña, deja al espectador que haga su tarea, lo cual, obviamente, se agradece. Incluso puede que consiga que te pongas del lado del malo, es probable que quieras que no le cojan, que la retenga eternamente, y eso se logra por la fuerza de la historia que provoca que desees que aquello nunca se acabe, que pasen más cosas, que la relación se extienda y hasta incluso que no termine como el rosario de la aurora, que se acaben queriendo mucho, que él la libere y que ella caiga rendidamente enamorada de él, más o menos lo que hizo nuestro Pedro más adelante con Antonio y Victoria.
Pero la fuerza vence a la maña.
Esta obra recuerda a Buñuel y Berlanga. Después vino o llegó el citado Almodóvar para que no falte de nada.
El final es lógico, exacto, inevitable; ella no es capaz de afrontar la verdad y así matarlo a él, ese es el verdadero precio de su libertad, una vida humana, la de su carcelero nada menos, y él se enfrenta a su paradoja irresoluble, quiere que lo muerto lo ame como si estuviera vivo, y no es posible.
El epílogo es inesperado, desconcertante, juguetón, también cínico, retorcido, nihilista y hermoso; ha aprendido la lección, sus exigencias han bajado, se ha adaptado a la fuerza rotunda de los hechos, no hace falta que te quieran ni que la elegida sea una diosa, basta con que te aguante y entretenga, que se conforme con fingir a cambio de lo que tú generosa y forzadamente le ofrezcas; si un contrato no funciona, se rompe y se escribe otro, él al fin y al cabo era un chupatintas que de eso entiende un poco.
Nos deben una segunda parte, necesariamente.
El director es un mero observador que no juzga aunque quizás sea a veces demasiado explícito (en la escena en la que los compañeros se ríen de él por redundante y subrayada o en la de las mariposas muertas ya que la metáfora es clamorosamente evidente, y tal vez también sobre la de la tensión hitchcockiana, ese agua que corre y no se detiene, por muy brillante y lograda que sea se sale del tono del resto), solo expone, enseña, deja al espectador que haga su tarea, lo cual, obviamente, se agradece. Incluso puede que consiga que te pongas del lado del malo, es probable que quieras que no le cojan, que la retenga eternamente, y eso se logra por la fuerza de la historia que provoca que desees que aquello nunca se acabe, que pasen más cosas, que la relación se extienda y hasta incluso que no termine como el rosario de la aurora, que se acaben queriendo mucho, que él la libere y que ella caiga rendidamente enamorada de él, más o menos lo que hizo nuestro Pedro más adelante con Antonio y Victoria.
Pero la fuerza vence a la maña.
Esta obra recuerda a Buñuel y Berlanga. Después vino o llegó el citado Almodóvar para que no falte de nada.