Es un espectáculo bien llevado, en los detalles muy cuidado, correcto, no pierde el tino ni el sentido en ningún momento, sabe lo que quiere y avanza con paso firme de elefante cartaginés alado, con férrea constancia no tan espartana, en su debe o como gran pecado la grandilocuencia solemne blanda operística de chichinabo que a menudo, cada dos por tres, amenaza seriamente con el tedio más severo hinchado inane y no tanto, salva el tipo, mezcla como se debe el reposo responso con el mandoble mole, la moridera con la luz eterna, criaturas celestiales y demonios del averno conviven tan ricamente, los de arriba y los de abajo, filosofía, new age, y cuchillería, espadazos, de todo un poco mucho, qué orejas más feas que tienen algunos, ay, cuando por lo general son muy guapos y blancos y puros y rubios de azules ojos no como ahora que se han ido oxidando oscureciendo con/por el paso del tiempo, casi todos.
En cierto modo yerra por demasiado perfecta, ese aire de inhumanidad fría que acecha, artificio vacuo, helado, altivo, pretencioso, y también porque quiere trascender la mera historia de aventuras de toda la vida desesperadamente y la mayor parte del rato no le da, no lo logra, es en ese sentido una más, buena, pero al fin y al cabo, pese a lo estrepitosa y engolada, bastante convencional al fin y al cabo, lo cual no es necesariamente malo.
Son generosos con los monstruos, ahí no hay quejas, y con la lucha eterna entre el bien y el mal que a veces estrechan lazos o se acercan mucho más de lo aconsejable o normal para el buen vivir del personal, con avidez, sobrenatural, el anillo es mío como metáfora o símbolo en el que cabe todo, un roto y un descosido, Barrabás y el sacrificio, la leyenda y el mito, tú y el destino, sincretismo, la realidad y el sueño y el deseo y el anhelo y la moral y la nada, Dios y el universo entero, también con lo mucho malo dentro, claro.