Hombre convencional, aburrido y de pocas luces se enamora perdidamente de una mujer/pantera. Ese es el inicio y motor de la historia, el resto es un cuento naif, encantador y tierno, lleno de disparates e incongruencias; una película modesta (hecha con dos duros), cuidada y elegante; una miniatura preciosa y delicada que se ve con arrobo, llena de candor y hermosura.
Él es un papanatas, un joven que cumple la celebrada máxima: "de tan bueno, el pobre acaba siendo tonto", el clásico individuo que no sabe por donde le da el aire y que padece la atracción irresistible por la deliciosa gatita (preciosa y pícara Simon). Tenemos, también, para que no falte de nada, una leyenda con un rey y unos mamelucos que proceden del corazón de Europa (Serbia, el país de origen de la felina protagonista). Este pasado pavoroso y milenario, preñado de atavismos, premoniciones y fatalismos se cruza y choca con la más rabiosa modernidad (allá por los años 40), con el racionalismo pujante y la claridad de ideas norteamericanas; el viejo mundo coquetea y se junta, en una mezcla imposible y trágica, con la nueva, emprendedora y deslumbrante nación de las barras y estrellas. El pasado herido, turbio y enfermo se quiere purificar/salvar; renovar su sangre gastada y corrupta, redimirse, bañarse en las aguas cristalinas de la virginal y poderosa América. Choque de civilizaciones, llanto y crujir de dientes.
Para terminar de aliñar el generoso menú, nos regalan un "menage a trois" inefable y rampante; con enamoramientos fulminantes y romanticismos varios; dos mujeres de cuidado en una lucha desaforada por un pánfilo, en realidad él es la triste excusa que desencadena el verdadero duelo, el combate entre dos diosas (la humana y burocrática versus la animal y atormentada), bella pelea que deriva en persecuciones, intentos de asesinato, autobuses, piscinas y brillante pirotecnia de luces y sombras. Petimetre que se debate (sin enterarse de nada el zoquete) entre dos opuestos eternos: el sexo o la razón, el instinto frente al cerebro, conveniencia frente a pasión, desgarro o familia...
Y para rematar la faena, y como guinda del pastel, nos deleitan con... el psiquiatra mujeriego, dandy, bon vivant y sin escrúpulos; la "ciencia moderna" dando palos de ciego con altanería; intentando someter lo oscuro e innombrable con palabrería hueca y teorías simplistas; tratando inútilmente de aplacar con reduccionismos lógicos el sueño y la tragedia; domesticar lo animal. Lo freudiano invadiéndolo todo, la lucha del inconsciente por salir a la luz, lo reprimido y oculto como metáforas poderosas.
Todo ello contado con gracia, ligereza y primor. Sin sutilezas ni complejidades pero con mucho tiento, cariño y donosura.
Rudimentaria, con arquetipos brutos y al grano. Evocadora, sugerente y deliciosa. Infantil y asociativa.
Con un entrañable aroma a cartón piedra, a serie B clásica, a cine perdido e irrecuperable. Un canto a la imaginación, el arrojo, el desparpajo y la "poca vergüenza".
Maravilloso blanco y negro, fabulosa banda sonora, sobria y elegante puesta en escena, y correctos actores (él, pasmado, ella, sensible, coqueta y doliente).