Sobredosis de belleza que nos mató de quebranto narcotizado.
Una droga demasiado pura, a lo bruto, para nuestras débiles y corruptas venas.
Parlamentos shakespereanos, monólogos a presión que se deslizan peligrosamente hacia la tierra movedizo o de nadie de la abstracción pictórica, lugar sagrado donde muere el sentido dramático y se sofoca cualquier sentimiento humano o anhelo tembloroso; una gelidez encapsulada que aísla, fragmenta y deforma cualquier atisbo de pasión o duda, que somete con mano de hierro, estéticamente impresionante, y asfixiante, todo lo que tenía de turbulento o vivo el texto original.
Una sobreabundancia, un subrayado constante. Un afán de solemnidad saturado en cada plano, un deseo extático y pavoroso de querer significar lo ya expuesto y aclarado. Un arrebato de colores, músicas y cámaras lentas. Un chirriar de goznes y crujir de dientes. Tanto frenesí artístico acabó con el escritor inglés y lo dejó solo apto para los sibaritas más delicuescentes (o en verdad un plato recalentado presentado como cocina de vanguardia).
Aquí al único al que le cortan de verdad la cabeza es al drama del poeta usurpado.
"La pareja del año". Marion Cotillard y Michael Fassbender. Los actores del momento. Los más guapos y capaces, los que más rango ocupan; desde el cine de superhéroes, o simplemente palomitero, hasta codearse con la gente de más pedigrí intelectual. La prefiero a ella. Me parece más sutil y flexible. Él supura intensidad en cada gesto, lo cual a veces resulta excesivo y equivocado.
La película. Fotos fijas arrasadas por una pretensión que se come la obra y nos engulle de paso a los espectadores que caemos inermes en ese infierno rojo final tan apocalíptico y hermoso.
No sé, pero yo prefería sopita y un buen vino, no este chute de algarabía visual y énfasis autoral.