Las armas y las letras. O los muertos y las leyes. O la venganza y la justicia. Qué puta.
La primera parte es un tanto confusa y demasiado explicativa a la par que abstrusa ante tanto ir y venir, discutir, dialogar, juzgar, justificación legal, encontronazo o emboscada por la noche y a la alborada, fiambre tras fiambre para nada.
La segunda parte gana sobre todo en los momentos más lírico enfermizos, pabellón de reposo, de Doc o en compañía a solas con Wyatt, es mejor, por lo tanto, en el ámbito íntimo, en ciertas respuestas o conversaciones privadas que en el fárrago o trasiego absurdo de sheriffs, estrellas, jueces, órdenes, mandatos y demás chalaneo/chinchorreo asesino oficial.
Se produce la paradoja de que a más respeto a las normas, mayores salvajadas o crímenes se cometen o perpetran en nombre supuestamente de estas.
Finales del diecinueve, los tiempos están cambiando, la ley de la selva del viejo Oeste poco a poco empieza a quedar atrás, el mundo del Este (Horizontes de grandeza) se impondrá, la civilización hipócrita, la barbarie a pelo pronto será un recuerdo añejo, el juez de la horca, ahora la forma ahogará/sustituirá al contenido, los leguleyos serán los nuevos pistoleros, llegará la nueva remesa, estos matones de medio pelo ya son casi sombras, vestigios de un pasado arcano hasta las trancas de sangre y balacera, hay que transformarlo todo para que siga exactamente igual, el secreto del éxito.
La fotografía es buena, la banda sonora elegíaca preciosa, la dirección correcta, los actores con sus más y sus menos, de potente, en general, presencia, es el guion al que le sobran páginas de cháchara tonta y de personajes que apenas aportan nada más que barullo o ruido.