La tierra baldía. El país de nunca jamás. Sopitas y buen vino. Asepsia. El muro. Very Bad Things. Comer, beber, amar. El canto del loco gallo.
Es el hijo santo de Philip Marlowe y el príncipe Mishkin adoptado tras el feliz e inopinado casamiento de entrambos en un alucinado arrebato. Les salió cura, nadie es perfecto, hay que cargar con ello. Y se les fue de las manos, de misiones al extranjero, a la Francia rural concretamente, nada menos, esos páramos, el centro del infierno, donde la enfermedad y el mal campan a sus anchas, no tienen freno, tienen su campamento, donde las jovencitas son demonios que por la boca echan fuego y huelen a azufre y los hombres tienen mucho más alcohol que sangre corriendo por sus locas agónicas venas.
Es el Keitel de Ferrara, es un santo inocente, la cruzada de los niños, el último infante, pavana para un infante moribundo, el que menos cree en el dios normativo, la regla del juego, no puede, ni al final ya reza, lo rígido, el que menos sabe, el que compulsivamente escribe y siente, negro sobre blanco luego todavía parece que existo.
Su investigación, llena de gente rica y mujeres fatales, tanto conde, de grandes mansiones y terribles misterios, de crímenes y atrocidades llena, pasados egregios y presentes brutales, consiste en la desaparición repentina de dios, a dónde cojones se fue el cabrón, por qué nos abandonó, dónde se ha metido el tío, por qué se ha escondido, por que no ha dejado nada, un reguero de polvo y muerte apenas, y su respuesta es clara, la gracia, el reino de los vivos y los muertos es lo mismo, lo que hacemos, cada cosa cuenta, por insignificante o anodina que sea influye en los demás, el creador, por lo tanto, es también del mismo mal, es todo, nada queda fuera de su legado o mirada, nos arropa con su manta vieja, corderos degollados, la grey no entiende, tú sigue.
Febril, como si viviera en un perpetuo estado epiléptico dostoievski, borracho placebo todo el rato, lúcido y perturbado visionario, su bondad es igual a su terquedad y justo al contrario. Todos son malos menos los curas tan comprensivos y sabios que son seguramente mucho peores, el mundo es feo pero pleno, no hay esperanza ni salida, pero está bueno.
Resignación, falta de deseo, nirvana, reconciliación con el dolor y el absurdo, el gran silencio o vacío, más allá del espacio tiempo (tampoco) cabe el sentido, amor, frío.
La película está bien, cómo no, es la tradición, hay que ser agradecido, no mear en sagrado, intensa y esencial, depurada y formal, católica y poco sentimental, pero también se pierde y se confunde un poco como si a veces interviniese la música sin venir a cuento, redunda, o ciertas frases no pegaran mucho o subrayaran innecesaria e inútilmente algunos acontecimientos o minúsculos hechos, repitieran la nada misma, o algunas disquisiciones que se pierden en abstrusos y retorcidos recovecos que se contradicen y dan vueltas a un molino ya desaparecido, agua pasada y estancada, déjala que corra.
La apuesta es extrema y bella, el resultado solo a medias, nos llega, pero no tanto como tal vez debiera.