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Western
William Bonney, alias "Billy el Niño", fue un famoso y escurridizo pistolero. No se había visto nunca en el lejano Oeste a alguien como el problemático adolescente que escribió su nombre con sangre en los anales de la historia. (FILMAFFINITY)
25 de diciembre de 2023
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Paul Newman también hablaba en español, cómo no. Billy el Niño también hablaba en español, obvio. Gitanos y Madero(s). Dolor (y gloria). Amnistía (general). El lector (no, y le pesa, el analfabetismo, es un imán que atrae, lo malo y lo bueno, la vida y la muerte, nada o todo). Bala perdida. Enchilada.
Tremenda. De (mucho) aúpa. Como de Tennessee Williamas en el Oeste. Expresionismo psicológico, como si anticipara el barroco cine de Leone, Peckinpah o hasta en cierto sentido el de Eastwood (pienso en, sobre todo, Sin perdón, al admirador o periodista me recuerda al escritor de la otra, aquí se citan los libros que se van escribiendo sobre él, sobre la marcha, lo mismo que le pasaba al Quijote en la segunda parte, también se asemeja un tanto en la mirada posmoderna y, a la par, tan clásica; western revisionista, con calado/escombro/barro psiquiátrico para dar y tomar, con capas y recovecos tinieblas en las entretelas del espíritu a rebosar); es una película en la que todo es intención (en el guion, la interpretación, la dirección), ambición, pretensión, y todo es ambigüedad, retorcimiento, oscuridad, y está entretejido, entreverado, solapado, soterrado, y en la que cada personaje es, por lo menos, ambivalente (romboide, caleidoscópico), complejo y en el que cada detalle, objeto o reacción mirada suceso cuenta o tiene un significado desaforado. A veces peca de exagerada, ridícula o excesivamente manierista o afectada, pero en gran medida triunfa, logra con éxito lo que se propone, mantiene su justa medida, el arte del contrapeso; es o supone el retrato de un completo perturbado (Evilio, un psicópata, está para que lo encierren y tirar la llave, peligroso, de Machín las maracas), de un (anti) héroe, de una leyenda, de un atroz individualista (idea tan gringa, tan querida, el hombre frente al medio, el solitario que siempre les salva o condena), es cierto, en barrena, un artista desde el punto de vista romántico (diabólicamente angelical), contradictorio, que solo se guía por sus instintos, encerrado en su (mala) cabeza, que no atiende a razones, visionario, genio, a más reglas que las que le dicta su corazón o más ley que la que le manda o urge su alma desesperada o sus apetitos, es decir, un ser puro e imposible, un buen mal salvaje capaz de cualquier cosa, sea, un mierda y un gigante, un muerto viviente incapaz de adaptarse a su medio/ambiente o contexto, tan sensible como brutal y despiadado, un animalillo amoral, un Lacombe Lucien preñado de amaneramiento tortuoso teatral, de histerismo vanidoso desequilibrado interpretativo, James Dean acababa de morir y su estela todavía hacía mucho efecto, Newman era un alumno aventajado y aquí se pasa y se luce, se retuerce como una culebra y encandila, da pena, risa y admira, lo mismo que el estilo de Penn (concentra/condensa o anticipa toda su posterior creación obra), a la contra, el nuevo cine (muchos autores venían de la tele) que llegaba y en el más clásico se cagaba (o no tanto ni mucho menos), la nueva ola americana, aquí está, embrionariamente, claro, Bonnie and Clyde, la capacidad para narrar de forma sólida y, a la vez, abrazar el caos, la espontaneidad o la libertad de la historia nouvelle vague y su deriva y de los seres erráticos y lunáticos, escindidos y torturados, que la pueblan; dos momentos, dos objetos, por ejemplo, la bota de un muerto y la niña que la ve y se acerca y la madre que abofetea, la flauta que encuentra al final de su kamikaze recorrido, periplo, singladura o viaje martirologio calvario y que le hace sentir todo lo que ha perdido, en el camino, que su vida ya no tiene ningún sentido, que ha matado o muerto no solo lo malo, también lo bueno o bello.
Casi cada personaje se lo puede mirar desde dos, como decíamos, por lo menos, lados, la mexicana impoluta y del marido, de aquella manera, la hojarasca, lujuria, traidora, Pat alejado alérgico a la ley y entregado finalmente hasta las trancas a ella, padre putativo simbólico (como el primer muerto; Billy el Niño, era eso, sin padre, un crío, a la búsqueda; ahí está o reside el conflicto freudiano, su complejo de Electra o de Edipo trasterrado, de huérfano profundo, vacío de figura paterna, muerto de miedo, tiritando) y asesino de su "hijo", los amigos, tan alegres y salvajes, descerebrados y cándidos como terribles asesinos, o los que matan a su jefe al principio lo mismo, anodinos y feroces, víctimas propiciatorias y bestias homicidas, y así todos, pero él, lógico, se lleva la palma, con un infinito afán de justicia y verdad que le obsesiona y que no tiene medida ni control, es un hombre perdido que vive entre las sombras o espejismos de su estupor y desconcierto y que busca constantemente agarraderos, clavos ardiendo, absolutos, la venganza, el deseo, la libertad, lo que toque o sea en cada momento, una percha, y va quemando, va quemando, Sanz Alejandro, no crece la hierba, Atila, allá por donde pasa hasta que al final no queda en pie nada, se encuentra en Samarra frente a su vacío, la parca y la guadaña, es un idiota aristotélico, un animal no político, nihilista en el poco fondo, incapaz de vivir en sociedad o con dos dedos de frente, semilla que cae al suelo y no da fruto, hay que dejarla morir o, mejor, rematarla, espachurrarla, que no levante cabeza o de entre los muertos resucite para que más no la cague o joda.
(Penn) Hasta utiliza en un determinado momento la cámara lenta, para que luego (no) se diga.
La leyenda del indomable y Rocky Graciano (Marcado por el odio).
El cine americano que quería abandonar la niñez y convertirse en adulto, pero que tenía todavía un pie en la adolescencia empalmada emplomada y enfebrecida, la rubeola retardada, del pavo la edad.
Se nota la mano de todos, también la (de) Gore (Vidal) y de Leslie Stevens, dos chistes o gracias al principio, cuando le presentan como William y a continuación, al segundo siguiente, uno comenta que mejor le van a llamar, a partir de ahora, Billy y el otro dice que no, que ya se había acostumbrado a William
Tremenda. De (mucho) aúpa. Como de Tennessee Williamas en el Oeste. Expresionismo psicológico, como si anticipara el barroco cine de Leone, Peckinpah o hasta en cierto sentido el de Eastwood (pienso en, sobre todo, Sin perdón, al admirador o periodista me recuerda al escritor de la otra, aquí se citan los libros que se van escribiendo sobre él, sobre la marcha, lo mismo que le pasaba al Quijote en la segunda parte, también se asemeja un tanto en la mirada posmoderna y, a la par, tan clásica; western revisionista, con calado/escombro/barro psiquiátrico para dar y tomar, con capas y recovecos tinieblas en las entretelas del espíritu a rebosar); es una película en la que todo es intención (en el guion, la interpretación, la dirección), ambición, pretensión, y todo es ambigüedad, retorcimiento, oscuridad, y está entretejido, entreverado, solapado, soterrado, y en la que cada personaje es, por lo menos, ambivalente (romboide, caleidoscópico), complejo y en el que cada detalle, objeto o reacción mirada suceso cuenta o tiene un significado desaforado. A veces peca de exagerada, ridícula o excesivamente manierista o afectada, pero en gran medida triunfa, logra con éxito lo que se propone, mantiene su justa medida, el arte del contrapeso; es o supone el retrato de un completo perturbado (Evilio, un psicópata, está para que lo encierren y tirar la llave, peligroso, de Machín las maracas), de un (anti) héroe, de una leyenda, de un atroz individualista (idea tan gringa, tan querida, el hombre frente al medio, el solitario que siempre les salva o condena), es cierto, en barrena, un artista desde el punto de vista romántico (diabólicamente angelical), contradictorio, que solo se guía por sus instintos, encerrado en su (mala) cabeza, que no atiende a razones, visionario, genio, a más reglas que las que le dicta su corazón o más ley que la que le manda o urge su alma desesperada o sus apetitos, es decir, un ser puro e imposible, un buen mal salvaje capaz de cualquier cosa, sea, un mierda y un gigante, un muerto viviente incapaz de adaptarse a su medio/ambiente o contexto, tan sensible como brutal y despiadado, un animalillo amoral, un Lacombe Lucien preñado de amaneramiento tortuoso teatral, de histerismo vanidoso desequilibrado interpretativo, James Dean acababa de morir y su estela todavía hacía mucho efecto, Newman era un alumno aventajado y aquí se pasa y se luce, se retuerce como una culebra y encandila, da pena, risa y admira, lo mismo que el estilo de Penn (concentra/condensa o anticipa toda su posterior creación obra), a la contra, el nuevo cine (muchos autores venían de la tele) que llegaba y en el más clásico se cagaba (o no tanto ni mucho menos), la nueva ola americana, aquí está, embrionariamente, claro, Bonnie and Clyde, la capacidad para narrar de forma sólida y, a la vez, abrazar el caos, la espontaneidad o la libertad de la historia nouvelle vague y su deriva y de los seres erráticos y lunáticos, escindidos y torturados, que la pueblan; dos momentos, dos objetos, por ejemplo, la bota de un muerto y la niña que la ve y se acerca y la madre que abofetea, la flauta que encuentra al final de su kamikaze recorrido, periplo, singladura o viaje martirologio calvario y que le hace sentir todo lo que ha perdido, en el camino, que su vida ya no tiene ningún sentido, que ha matado o muerto no solo lo malo, también lo bueno o bello.
Casi cada personaje se lo puede mirar desde dos, como decíamos, por lo menos, lados, la mexicana impoluta y del marido, de aquella manera, la hojarasca, lujuria, traidora, Pat alejado alérgico a la ley y entregado finalmente hasta las trancas a ella, padre putativo simbólico (como el primer muerto; Billy el Niño, era eso, sin padre, un crío, a la búsqueda; ahí está o reside el conflicto freudiano, su complejo de Electra o de Edipo trasterrado, de huérfano profundo, vacío de figura paterna, muerto de miedo, tiritando) y asesino de su "hijo", los amigos, tan alegres y salvajes, descerebrados y cándidos como terribles asesinos, o los que matan a su jefe al principio lo mismo, anodinos y feroces, víctimas propiciatorias y bestias homicidas, y así todos, pero él, lógico, se lleva la palma, con un infinito afán de justicia y verdad que le obsesiona y que no tiene medida ni control, es un hombre perdido que vive entre las sombras o espejismos de su estupor y desconcierto y que busca constantemente agarraderos, clavos ardiendo, absolutos, la venganza, el deseo, la libertad, lo que toque o sea en cada momento, una percha, y va quemando, va quemando, Sanz Alejandro, no crece la hierba, Atila, allá por donde pasa hasta que al final no queda en pie nada, se encuentra en Samarra frente a su vacío, la parca y la guadaña, es un idiota aristotélico, un animal no político, nihilista en el poco fondo, incapaz de vivir en sociedad o con dos dedos de frente, semilla que cae al suelo y no da fruto, hay que dejarla morir o, mejor, rematarla, espachurrarla, que no levante cabeza o de entre los muertos resucite para que más no la cague o joda.
(Penn) Hasta utiliza en un determinado momento la cámara lenta, para que luego (no) se diga.
La leyenda del indomable y Rocky Graciano (Marcado por el odio).
El cine americano que quería abandonar la niñez y convertirse en adulto, pero que tenía todavía un pie en la adolescencia empalmada emplomada y enfebrecida, la rubeola retardada, del pavo la edad.
Se nota la mano de todos, también la (de) Gore (Vidal) y de Leslie Stevens, dos chistes o gracias al principio, cuando le presentan como William y a continuación, al segundo siguiente, uno comenta que mejor le van a llamar, a partir de ahora, Billy y el otro dice que no, que ya se había acostumbrado a William
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
o cuando le comentan a Billy que su jefe vino de Escocia y él contesta que demasiado lejos para llevar ganado, pues eso, la escritura aquí, en lo anecdótico y en lo más importante, también su papel juega; todos los elementos están en consonancia o concordancia sintonía, en/con la misma densa idea entre ceja y ceja, perentoria, sofisticada, alambicada, pretenciosa, en querer hablar de la nada, del malditismo, el absurdo, el fatalismo y el aura y el vacío.
No es casualidad, tampoco, que la letra sea el factor definitivo que una al padre inglés y al hijo yanqui, ese sello o seña de identidad que quiere (marcar) la diferencia entre un simple asno masa y un ser individualizado antisistema, la escritura/lectura (despierta y lee), la literatura (en este caso las sagradas escrituras, la epístola a los Corintios) como elemento, romántico/trágico, de imposibilidad social y, claro, como no aprende a leer, como no es capaz de canalizar/filtrar/vehicular su necesidad, de dar forma cabal a su ansia de esperanza, fe o libertad caridad, de amar odiar, de poder convertir en palabras o pensamientos sus impulsos primigenios, su caos interior basto bruto, es un hombre, por lo tanto, en crisis constante, debido a que se ve impotente, frustrado continuamente, no tiene herramientas para saber lo que (le) pasa, para analizarse a él o a los otros, para traducirlo como dios manda a través, no de un cristal oscuro, de un discurso racional y ordenado, para comprender lo que siente o anhela padece realmente, no puede formular sus emociones ya que le faltan palabras, verbos, adjetivos, oraciones con las que templar y organizar su caudal revuelto y confuso de odios, sufrimientos y amores que le subleva y descansar apenas le deja, es un ser, en potencia, sensible e inteligente, pero ignorante, sin medios, marcado y sin salida, está embrutecido y bestializado, anda siempre dando tumbos, a lo que salga, ya lo dicen, casi no habla, no puede, y quiere, por eso se prenda o queda embobado con los libros, porque intuye o sabe que esa pueda ser la única posibilidad de salvación, se podría decir, en verdad, sin miedo a exagerar, que muere porque no lee, no ve, no sabe, no entiende, no oye, está ciego, mudo, atado, sordo, preso, o, parecido, que la película en realidad (casi) solo habla de eso, que es un canto o una oda a la palabra escrita/leída, lo cual sería, tal vez, la máxima expresión de nuestra especie, lo que más nos distingue del resto de animales.
La ceremonia de Chabrol, otra analfabeta que mata por odio, por falta de lecturas.
Él se convierte en palabra o libro historieta en el mismo transcurrir de sus andanzas y solo muerto puede conseguir liberarse de veras, necesita morir para poder ser leído, para ser un lector, para ser palabra.
Antes se leía (mayoritariamente) en alta voz, era una cuestión más de transmisión oral o de recitado religioso, por eso le sorprende tanto (como apunta San Agustín en sus confesiones del siglo IV), y lo comenta, que su jefe lea en silencio, y ese proceso fue interiorizándose con una gradualmente cada vez mayor autoconsciencia hasta llegar a los alucinantes brillantes prodigiosos delirios engendros maravillosos interiores monologos joyceanos etcétera del siglo veinte, la apoteosis de ese buceo en la selva del lenguaje y de nuestra esencia en la que este pobre chaval ni siquiera se adentra o balbucea, gatea.
El inglés o británico (perteneciente a una civilización más madura y avanzada, menos primitiva y cafre) lee y es pacifista, lo mismo que su socio o amigo, ambos rechazan la violencia y ambos mueren asesinados por la furia iletrada que es, aquí, violenta y que tristemente Billy representa.
Esta película es como el nuevo cine que irrumpía y como el director que la dirigía y como el mismo personaje niño, inmadura, estupenda, irregular, crispada, tensa, incompleta, a tientas, a ciegas, buena.
No es casualidad, tampoco, que la letra sea el factor definitivo que una al padre inglés y al hijo yanqui, ese sello o seña de identidad que quiere (marcar) la diferencia entre un simple asno masa y un ser individualizado antisistema, la escritura/lectura (despierta y lee), la literatura (en este caso las sagradas escrituras, la epístola a los Corintios) como elemento, romántico/trágico, de imposibilidad social y, claro, como no aprende a leer, como no es capaz de canalizar/filtrar/vehicular su necesidad, de dar forma cabal a su ansia de esperanza, fe o libertad caridad, de amar odiar, de poder convertir en palabras o pensamientos sus impulsos primigenios, su caos interior basto bruto, es un hombre, por lo tanto, en crisis constante, debido a que se ve impotente, frustrado continuamente, no tiene herramientas para saber lo que (le) pasa, para analizarse a él o a los otros, para traducirlo como dios manda a través, no de un cristal oscuro, de un discurso racional y ordenado, para comprender lo que siente o anhela padece realmente, no puede formular sus emociones ya que le faltan palabras, verbos, adjetivos, oraciones con las que templar y organizar su caudal revuelto y confuso de odios, sufrimientos y amores que le subleva y descansar apenas le deja, es un ser, en potencia, sensible e inteligente, pero ignorante, sin medios, marcado y sin salida, está embrutecido y bestializado, anda siempre dando tumbos, a lo que salga, ya lo dicen, casi no habla, no puede, y quiere, por eso se prenda o queda embobado con los libros, porque intuye o sabe que esa pueda ser la única posibilidad de salvación, se podría decir, en verdad, sin miedo a exagerar, que muere porque no lee, no ve, no sabe, no entiende, no oye, está ciego, mudo, atado, sordo, preso, o, parecido, que la película en realidad (casi) solo habla de eso, que es un canto o una oda a la palabra escrita/leída, lo cual sería, tal vez, la máxima expresión de nuestra especie, lo que más nos distingue del resto de animales.
La ceremonia de Chabrol, otra analfabeta que mata por odio, por falta de lecturas.
Él se convierte en palabra o libro historieta en el mismo transcurrir de sus andanzas y solo muerto puede conseguir liberarse de veras, necesita morir para poder ser leído, para ser un lector, para ser palabra.
Antes se leía (mayoritariamente) en alta voz, era una cuestión más de transmisión oral o de recitado religioso, por eso le sorprende tanto (como apunta San Agustín en sus confesiones del siglo IV), y lo comenta, que su jefe lea en silencio, y ese proceso fue interiorizándose con una gradualmente cada vez mayor autoconsciencia hasta llegar a los alucinantes brillantes prodigiosos delirios engendros maravillosos interiores monologos joyceanos etcétera del siglo veinte, la apoteosis de ese buceo en la selva del lenguaje y de nuestra esencia en la que este pobre chaval ni siquiera se adentra o balbucea, gatea.
El inglés o británico (perteneciente a una civilización más madura y avanzada, menos primitiva y cafre) lee y es pacifista, lo mismo que su socio o amigo, ambos rechazan la violencia y ambos mueren asesinados por la furia iletrada que es, aquí, violenta y que tristemente Billy representa.
Esta película es como el nuevo cine que irrumpía y como el director que la dirigía y como el mismo personaje niño, inmadura, estupenda, irregular, crispada, tensa, incompleta, a tientas, a ciegas, buena.