En primera persona. La de José Luis Manzano. Ese mito maldito del cine español ochentero. Nuestro James Dean arrabalero, marginal y drogota. Nuestro héroe de leyenda; ese turbio personaje que acompañó los primeros ardores épicos de una generación arropada por una constelación de estrellas quinquis ya olvidadas (no quiero repetir otra vez los tristes nombres que ya descansan para siempre, el rosario, los*..., sí, justo esos), pero marcadas a fuego en nuestro tierno corazón.
Eloy de la Iglesia o el realismo histérico, exaltado, tremendista, muy grueso y muy desagradable por momentos, nos trae una historia de aventuras (acción, amor y amistad), conciencia y melodrama (ese padre amantísimo); el bandolerismo más atávico mezclado con la denuncia más obvia. Picos, atracos, polvos y mucha mala cárcel rimando, alternando con guardia civiles traficantes, organizaciones ominosas, justicia corrompida y periodistas sensacionalistas y muy cojoneros.
La España del tricornio, "la ETA", el Bilbao anterior al definitivo desguace industrial, la heroína, el Caso...
Un popurrí de brocha gorda, un aguafuerte con sal gorda; un entretenimiento abrupto, desesperado, muy comercial y efectista, muy bruto y desarrapado. Tiene fuerza, no es timorata ni hipócrita, hay buenos personajes y situaciones, grandes actores** (otros no tanto), pero el resultado acaba siendo difícil de tragar, una ordinariez agresiva y muy subrayada que asesina sin piedad cualquier atisbo de verdad razonada o intento de análisis medianamente serio o mesurado.
Un histrión muy recargado. Una salvajada feroz.