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Voto de Ferdydurke:
4
8,1
32.205
Intriga. Drama. Cine negro. Thriller
Tras realizar un atraco en el que han muerto dos personas, Ben Harper regresa a su casa y esconde el botín confiando el secreto a sus hijos. En la cárcel, antes de ser ejecutado, comparte celda con Harry Powell y en sueños habla del dinero. Tras ser puesto en libertad, Powell, obsesionado por apoderarse del botín, va al pueblo de Harper, enamora a su viuda y se casa con ella. (FILMAFFINITY)
9 de diciembre de 2023
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
No juzguéis. La tienda. Al río.
El personaje principal es demasiado bufonesco como para tomárselo mínimamente en serio (solo hay que ver cuando se pone a hacer pucheros), hecho que castiga o condiciona a los demás elementos de la película que también son en buena medida caricaturescos, sin humor cómicos, y así mismo los personajes y su psicología o acciones están cortados a hachazos, a grandes rasgos, de forma un tanto anárquica y atropellada acelerada, por lo que igualmente pierden peso o sentido, rigor, oficio, y por lo que la suma de todo ello provoca que la narración resulte endeble, anodina, sin fuste ni raíces, a la buena de dios, como una especie de broma sorda, es decir, como comedia no tiene gracia, y como drama es un chiste, con lo que al final solo te puedes agarrar a algún plano bonito (el de ella bajo el agua es el más impactante, los de los animales son más obvios y los juegos de luces y sombras un alarde), haberlos, haylos, muchos, muchísimos, quizás obsesivamente buscados, caiga quien caiga, a alguna canción melancólica sugerente o a alguna idea ocasional de cámara/concepto o montaje brillante, ya que hasta la posible fuerza religiosa alegórica que subraya/subyace durante toda la obra, el conflicto entre el bien y el mal, queda en nada, en agua de borrajas, hasta esa posible ambigüedad del predicador que es el mismo diablo, un jinete pálido, un enviado del más allá, Sleepy Hollow, profundo carmesí, que es tentador y casto y al que en verdad solo parece preocuparle el dinero, su único vicio, pero bueno, tampoco mucho sabemos, que le mueve el odio (cuando hace ese juego/forcejeo o pelea de conceptos y manos también es muy lamentable), a las mujeres muy especialmente (se podría pensar que esa ira salvaje abrasiva se debe a que odia su propio deseo y, por consiguiente, el deseo en el mundo, el deseo físico como máximo representante de lo humano como pecado, manzana y caída, visto desde cierto fanatismo religioso reprimido hipócrita tan gringo), o en verdad a todo bicho viviente, y basta.
Y abusa de primeros planos del niño que en ocasiones, por las caras que pone de desconcierto y estupor, son absurdos y Lilian Gish está bien, pero igual que el resto, es muy superficial su personaje.
Un cuento desangelado, preciosista, delicado, flojo, interesante y curioso que nunca encuentra o acierta con el tono, que queda en dos pingajos y un palo, a mitad de camino de ninguna parte, La isla del tesoro, en poesía expresionista tan lograda como inane en su contexto o mensaje o debate o propuesta. Guapo envoltorio y ópera bufa de fondo.
El personaje principal es demasiado bufonesco como para tomárselo mínimamente en serio (solo hay que ver cuando se pone a hacer pucheros), hecho que castiga o condiciona a los demás elementos de la película que también son en buena medida caricaturescos, sin humor cómicos, y así mismo los personajes y su psicología o acciones están cortados a hachazos, a grandes rasgos, de forma un tanto anárquica y atropellada acelerada, por lo que igualmente pierden peso o sentido, rigor, oficio, y por lo que la suma de todo ello provoca que la narración resulte endeble, anodina, sin fuste ni raíces, a la buena de dios, como una especie de broma sorda, es decir, como comedia no tiene gracia, y como drama es un chiste, con lo que al final solo te puedes agarrar a algún plano bonito (el de ella bajo el agua es el más impactante, los de los animales son más obvios y los juegos de luces y sombras un alarde), haberlos, haylos, muchos, muchísimos, quizás obsesivamente buscados, caiga quien caiga, a alguna canción melancólica sugerente o a alguna idea ocasional de cámara/concepto o montaje brillante, ya que hasta la posible fuerza religiosa alegórica que subraya/subyace durante toda la obra, el conflicto entre el bien y el mal, queda en nada, en agua de borrajas, hasta esa posible ambigüedad del predicador que es el mismo diablo, un jinete pálido, un enviado del más allá, Sleepy Hollow, profundo carmesí, que es tentador y casto y al que en verdad solo parece preocuparle el dinero, su único vicio, pero bueno, tampoco mucho sabemos, que le mueve el odio (cuando hace ese juego/forcejeo o pelea de conceptos y manos también es muy lamentable), a las mujeres muy especialmente (se podría pensar que esa ira salvaje abrasiva se debe a que odia su propio deseo y, por consiguiente, el deseo en el mundo, el deseo físico como máximo representante de lo humano como pecado, manzana y caída, visto desde cierto fanatismo religioso reprimido hipócrita tan gringo), o en verdad a todo bicho viviente, y basta.
Y abusa de primeros planos del niño que en ocasiones, por las caras que pone de desconcierto y estupor, son absurdos y Lilian Gish está bien, pero igual que el resto, es muy superficial su personaje.
Un cuento desangelado, preciosista, delicado, flojo, interesante y curioso que nunca encuentra o acierta con el tono, que queda en dos pingajos y un palo, a mitad de camino de ninguna parte, La isla del tesoro, en poesía expresionista tan lograda como inane en su contexto o mensaje o debate o propuesta. Guapo envoltorio y ópera bufa de fondo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Tom Sawyer, El cabo del miedo, El fuego y la palabra, Matar a un ruiseñor.
Se puede ver finalmente como una crítica al extremismo puritano protestante o un canto a los niños perdidos de la generación del crack del 29, la gran depresión, Bonnie and Clyde, las uvas (o pepitas, gajos) de la ira, pero lo ya comentado, como mucho gesto hermoso raro lírico con poco sustento o sustrato.
Los gitanos y el caballo de Turín.
El recurso de tener que ponerles a hablar solos, al tendido, al mismo Dios o Demonio, demuestra carencia o desconfianza en lo que cuentas, innecesario, completamente.
Muerte en los pantanos.
La semana del asesino.
A veces parece que la película va a cámara rápida y otros momentos que se sosiega hasta el límite, como si la dirigieran dos personas diferentes.
Quizás el mejor momento de la película sea cuando el mal (puritano) y el bien (puritano) cantan a la vez (ella con la escopeta o rifle en la noche parece salida de una obra de Hawks o Ford, como Wayne o Martin, ángel de la guarda), el sexo como campo de batalla, la niñez como trofeo ya que, en principio, todavía no ha sido corrompida por el deseo y la carne y el mundo.
Y hay otros que narrativamente resultan muy forzados, como cuando llega al pueblo Mitchum al final donde están los niños y se dirige a la adolescente casquivana y le pregunta por el paradero de los críos, pero ya parece que lo sabe y, claro, no tenemos idea de cómo lo ha averiguado, como si la película hubiera sido cortada, o al final, cuando la policía llega y lo detienen y lo llaman por su nombre, como si esa parte en la que le persiguen también nos la hubiesen escamoteado en el montaje final. Película, en todos los sentidos, llena de arritmias, descompensaciones, irregularidades, incoherencias internas, cambios de tono y mirada, de paso y de todo, como si estuviera hecha de pedazos diversos pegados un poco al tun tun o a la buena de dios, como si su creador tuviera varias personalidades más o menos preponderantes unas y otras dependiendo del día, como si no hubiese nadie, o nunca el mismo, realmente al mando, yo contengo multitudes, soy cooperativa, comuna, hidra, el hombre de las mil caras, mil gritos tiene la noche, turbamulta, o como si alguien le hubiera saboteado la película desde arriba, a mala idea, el productor o el que sea o fuere, un con pintas, en todo caso, cabrón de muy señor mío.
Tiene algo, también de cine mudo. Sutileza y trazo grueso a la vez.
Muchos actos quedan simplemente iniciados (esbozados) y no son desarrollados o en los que no se profundiza.
Tennessee Williams, La noche de la iguana, el gótico americano.
Pobre Shelley Winters, siempre le daban papeles de sufridora, de mujer poca cosa, mosquita muerta, víctima propiciatoria, pobrecica, pavisosa, cuando tenía materia prima de sobra para haber(se)le sacado mucho más partido, Un lugar en el sol.
La sinfonía de la vida. Frankenstein.
Solo se puede entender la entrega final del niño al asesino como el recuerdo del padre al que también atrapó la policía delante de sus narices.
Meridiano de sangre. El guardián entre el centeno
Se puede ver finalmente como una crítica al extremismo puritano protestante o un canto a los niños perdidos de la generación del crack del 29, la gran depresión, Bonnie and Clyde, las uvas (o pepitas, gajos) de la ira, pero lo ya comentado, como mucho gesto hermoso raro lírico con poco sustento o sustrato.
Los gitanos y el caballo de Turín.
El recurso de tener que ponerles a hablar solos, al tendido, al mismo Dios o Demonio, demuestra carencia o desconfianza en lo que cuentas, innecesario, completamente.
Muerte en los pantanos.
La semana del asesino.
A veces parece que la película va a cámara rápida y otros momentos que se sosiega hasta el límite, como si la dirigieran dos personas diferentes.
Quizás el mejor momento de la película sea cuando el mal (puritano) y el bien (puritano) cantan a la vez (ella con la escopeta o rifle en la noche parece salida de una obra de Hawks o Ford, como Wayne o Martin, ángel de la guarda), el sexo como campo de batalla, la niñez como trofeo ya que, en principio, todavía no ha sido corrompida por el deseo y la carne y el mundo.
Y hay otros que narrativamente resultan muy forzados, como cuando llega al pueblo Mitchum al final donde están los niños y se dirige a la adolescente casquivana y le pregunta por el paradero de los críos, pero ya parece que lo sabe y, claro, no tenemos idea de cómo lo ha averiguado, como si la película hubiera sido cortada, o al final, cuando la policía llega y lo detienen y lo llaman por su nombre, como si esa parte en la que le persiguen también nos la hubiesen escamoteado en el montaje final. Película, en todos los sentidos, llena de arritmias, descompensaciones, irregularidades, incoherencias internas, cambios de tono y mirada, de paso y de todo, como si estuviera hecha de pedazos diversos pegados un poco al tun tun o a la buena de dios, como si su creador tuviera varias personalidades más o menos preponderantes unas y otras dependiendo del día, como si no hubiese nadie, o nunca el mismo, realmente al mando, yo contengo multitudes, soy cooperativa, comuna, hidra, el hombre de las mil caras, mil gritos tiene la noche, turbamulta, o como si alguien le hubiera saboteado la película desde arriba, a mala idea, el productor o el que sea o fuere, un con pintas, en todo caso, cabrón de muy señor mío.
Tiene algo, también de cine mudo. Sutileza y trazo grueso a la vez.
Muchos actos quedan simplemente iniciados (esbozados) y no son desarrollados o en los que no se profundiza.
Tennessee Williams, La noche de la iguana, el gótico americano.
Pobre Shelley Winters, siempre le daban papeles de sufridora, de mujer poca cosa, mosquita muerta, víctima propiciatoria, pobrecica, pavisosa, cuando tenía materia prima de sobra para haber(se)le sacado mucho más partido, Un lugar en el sol.
La sinfonía de la vida. Frankenstein.
Solo se puede entender la entrega final del niño al asesino como el recuerdo del padre al que también atrapó la policía delante de sus narices.
Meridiano de sangre. El guardián entre el centeno