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Voto de Ferdydurke:
5
7,9
109.453
Drama. Fantástico
Ambientada en el sur de los Estados Unidos, en plena Depresión. Paul Edgecomb es un funcionario de prisiones encargado de vigilar la "Milla Verde", un pasillo que separa las celdas de los reclusos condenados a la silla eléctrica. John Coffey, un gigantesco hombre negro acusado de asesinar brutalmente a dos hermanas de nueve años, está esperando su inminente ejecución. Tras una personalidad ingenua e infantil, Coffey esconde un ... [+]
14 de febrero de 2018
9 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Parábola religiosa? ¿Cuento gótico sureño? ¿Fábula metafórica sobre la eterna lucha entre el bien y el mal? ¿Una visión panorámica y reconcentrada, muy densa e infantil y truculenta, del alma norteamericana, repleta de barbarie, puerilidad y religión? ¿Ciencia ficción? ¿Fantasía pura?
El caso es que Darabont es un maestro. Y un loco. Logra convertir la mierda en oro.
Material de derribo, pura cochambre sincrética y desguazada, narrada como si fuera Dickens, Tolstoi o Dostoievski.
Una historia de ratones y hombres, asesinos y dioses con alma de nana para niños que no se duermen en la noche más oscura.
Parsimonia, detalle, una narración atada en cada minucia que consigue salvar océanos de inverosimilitud, sinsentido o frivolidad a través de un armazón argumental rocoso y acerado.
Personajes de línea clara y sucesos tan bien explicados como exagerados. El bien y el mal quedan claramente dibujados, pero no solo como vaporosos conceptos abstractos, no, les insufla vida y los introduce en cuerpos extraños, cada individuo con sus matices y aleteos, recreados, verdaderos.
Y a cada paso, mientras avanza como un río que aumenta de caudal en cada parada o esquina, se eleva la apuesta, se añaden más elementos y se apunta más alto.
Hasta llegar a un final que explota de sentidos, barbaridades, gracias y derribos. Felizmente lleno de visiones, iluminaciones, tonterías y maravillosas enormidades.
Me tuvo confundido. No podía creerme ni aceptar nada de lo que allí se contaba, mi cerebro en vano lo rechazaba, se amilanaba, escondía y casi callaba ante la fuerza huracanada del puro goce del relato, en su puro fluir, con cada explicación, viaje y viraje.
Tiene todo lo que más detesto de ellos, su gusto por la violencia, lo escabroso, las violaciones y asesinatos, el sexo como muerte, el sentimentalismo tontorrón, los esquemas simples, pero también lo que más, o algo de lo que más, admiro, el trabajo bien hecho, la temeridad fundamentada, la confianza en lo que se cuenta, la construcción honrada de una historia imposible, la fidelidad a la propuesta y la fe en lo inventado.
Y esa monstruosa duración como un hallazgo o descubrimiento para los que nos gustan tanto los cuentos que hasta disfrutamos de los más malos y desearíamos que nunca acabaran; quisiéramos quedarnos ahí dentro, acurrucados, viviendo la vida de verdad, no lo otro, todo lo que no es cuento.
En fin, siiiinoooo. Nooo. Sí.
El caso es que Darabont es un maestro. Y un loco. Logra convertir la mierda en oro.
Material de derribo, pura cochambre sincrética y desguazada, narrada como si fuera Dickens, Tolstoi o Dostoievski.
Una historia de ratones y hombres, asesinos y dioses con alma de nana para niños que no se duermen en la noche más oscura.
Parsimonia, detalle, una narración atada en cada minucia que consigue salvar océanos de inverosimilitud, sinsentido o frivolidad a través de un armazón argumental rocoso y acerado.
Personajes de línea clara y sucesos tan bien explicados como exagerados. El bien y el mal quedan claramente dibujados, pero no solo como vaporosos conceptos abstractos, no, les insufla vida y los introduce en cuerpos extraños, cada individuo con sus matices y aleteos, recreados, verdaderos.
Y a cada paso, mientras avanza como un río que aumenta de caudal en cada parada o esquina, se eleva la apuesta, se añaden más elementos y se apunta más alto.
Hasta llegar a un final que explota de sentidos, barbaridades, gracias y derribos. Felizmente lleno de visiones, iluminaciones, tonterías y maravillosas enormidades.
Me tuvo confundido. No podía creerme ni aceptar nada de lo que allí se contaba, mi cerebro en vano lo rechazaba, se amilanaba, escondía y casi callaba ante la fuerza huracanada del puro goce del relato, en su puro fluir, con cada explicación, viaje y viraje.
Tiene todo lo que más detesto de ellos, su gusto por la violencia, lo escabroso, las violaciones y asesinatos, el sexo como muerte, el sentimentalismo tontorrón, los esquemas simples, pero también lo que más, o algo de lo que más, admiro, el trabajo bien hecho, la temeridad fundamentada, la confianza en lo que se cuenta, la construcción honrada de una historia imposible, la fidelidad a la propuesta y la fe en lo inventado.
Y esa monstruosa duración como un hallazgo o descubrimiento para los que nos gustan tanto los cuentos que hasta disfrutamos de los más malos y desearíamos que nunca acabaran; quisiéramos quedarnos ahí dentro, acurrucados, viviendo la vida de verdad, no lo otro, todo lo que no es cuento.
En fin, siiiinoooo. Nooo. Sí.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Y Dios volvió a la Tierra en forma de negro gigante. Se reencarnó para acabar otra vez asesinado. Cada vez peor. En esta ocasión achicharrado. Cansado de todo nuestro dolor, de toda nuestra insensibilidad, crueldad y estupidez, de nuestra cobardía y desfachatez.
Así es.
¿O no? ¿O vivimos todos ahora en Villa Ratón, cazando moscas como el malo de la función?
Qué sé yo.
Pasamos de Dreyer a Mickey Mouse en un periquete. De la Biblia a Disney en un santiamén.
Convierte a un banal verdugo en un héroe. A un asesino confeso, y parece que demostrado, en un San Francisco de Asís con el ratón en su corazón. A una montaña de músculos drogados en una señorita de la liga antialcohol, delicada y temerosa de la oscuridad. A una banda de matarifes despiadados en hermanitas de la caridad. A un enano descerebrado en Charles Manson.
Una historia vulgar, zarrapastrosa, brutal, salvaje y demente en un emocionado canto a la vida y la muerte.
Y demuestra con pruebas concluyentes que el cine, cuando es feliz (hecho por ángeles), es lo que más disfruta el buen Dios.
Así es.
¿O no? ¿O vivimos todos ahora en Villa Ratón, cazando moscas como el malo de la función?
Qué sé yo.
Pasamos de Dreyer a Mickey Mouse en un periquete. De la Biblia a Disney en un santiamén.
Convierte a un banal verdugo en un héroe. A un asesino confeso, y parece que demostrado, en un San Francisco de Asís con el ratón en su corazón. A una montaña de músculos drogados en una señorita de la liga antialcohol, delicada y temerosa de la oscuridad. A una banda de matarifes despiadados en hermanitas de la caridad. A un enano descerebrado en Charles Manson.
Una historia vulgar, zarrapastrosa, brutal, salvaje y demente en un emocionado canto a la vida y la muerte.
Y demuestra con pruebas concluyentes que el cine, cuando es feliz (hecho por ángeles), es lo que más disfruta el buen Dios.