Apabullante demostración de talento; insolente exhibición de burlesca inteligencia.
Fabuloso mediometraje. Le busca las costuras al tinglado comercial y se ríe de casi todo: de los psicólogos, de los documentales, de los modos televisivos, de la gente "normal" (esas encuestas), de la ficción cutre, de los absurdos capitalistas, de las biografías tontas...
Es, ante todo y sobre todo, un "aquí estoy yo", una mente cinematográfica deslumbrante en acción, a todo trapo, dominio total de su oficio, el montaje complejísimo y acertadísimo, la riqueza de las texturas, la escritura exacta, lúcida y preñada de humor, las interpretaciones ajustadas (caricaturiza la falsa naturalidad), la música perfecta, los cambios de ritmo y de tono...; para quitarse el sombrero.
Su única debilidad radica en su exceso, tanta luz, tanta demostración, tanta arrogancia, tan repelente niño Vicente, amenaza (levemente) el "producto", hace peligrar el equilibrio de la obra, asoma (con ironía, también es verdad) el ego desmedido del autor..., pero no, esa autocomplacencia es un pecado venial, un grano de arena, muy perdonable ante tanta brillantez, ingenio, acierto y regocijo. Una maravilla y un asombro.
Lo mejor: todo (casi).
Lo peor: Rodrigo Cortés, cuando aparece hablando de peces, no era necesario, ya nos habíamos dado cuenta de lo listo que es.
La aparición de este jovenzuelo ambicioso fue una de las irrupciones más inauditas y sorprendentes de nuestro mustio y endogámico cine español. Un pequeño genio, alejado de modas, atrevido, concienzudo y perfeccionista, que vino a remover (un poco, tampoco hay que exagerar ni emocionarse demasiado) la molicie intelectual y el seguidismo oportunista de la mayoría (por supuesto que hay "muchas" excepciones, en el cine español cabe todo, a pesar de todo).