Tatuaje.
El poder de la negación, del no, siempre no, negativo, no es no, uno y uno son dos, requetecontrano, me cago en to, contra eso nada se puede hacer, enmienda a la totalidad, me planto, no ha lugar a la negociación, vence al truco y al trato, a la razón y al contrato, al timo y al mito, es inmortal e imperecedero, gana por goleada, preferiría no hacerlo.
En cierta manera sorprende porque es igual que todas, pero a la vez es diferente, no se mueve solo a golpe de descerebradas acciones o movimiento perpetuo ciego, sino que simula emula la táctica militar, la partida de ajedrez, eso es esta película, mover peones, hacer trastadas, adelantarse al otro, prever el futuro, ver visiones, ser más listo que Lepe, tener cabeza y cojones.
Y eso tiene su interés, y no está mal contado, pero claro, con el pasar de los minutos se acumulan las trampas (dan a entender algo y humo, como si fuésemos infantes) y los trompicones, las enormidades y las capulleces, los imposibles y las barrabasadas y al final, inevitablemente, descarrila, mejor cola de león que cabeza de ratón, no meneallo, no es necesario estirar tanto el chicle, mejor, muy habitualmente, dejarlo estar, si no pasa na, tal como está.
Gary Sinise está sembrado soberbio, se los come a todos, Gibson pone empeño, empuje, actitud, pero es un actor muy limitado, abre mucho los ojos o se retuerce, y Lindo bien, aunque su personaje es absurdo, aparenta apunta a una cosa, te ponen los dientes largos, y nada.
Vale, fallida y curiosa.