Si tuviera doce años y no hubiera visto la anterior, quizás no hubiese echado de menos aquella ligereza elegante de Sturges (no hablemos de la esencialidad poderosa de Kurosawa) y de más esta aparatosa, pesada y enfática astracanada.
Si tuviera doce años quizás al maloso tan grotesco, puro fantoche desmadrado, lo hubiera gozado más, ese histrión para nada, esa exageración del actor que sabe que le han dado un personaje absurdo, ridículo, y para no pasar más vergüenza lo hace todavía más patético y lamentable.
Si tuviera doce años quizás la atractiva chica me hubiera bastado y sobrado. Sus primeros planos. Su mirada de rabia, decisión y pena.
Si tuviera doce años quizás no supiera casi nada (como ahora) de matemáticas y hubiera podido aceptar con más tranquilidad el hecho, extraño, cuestión de números solamente, de que cada magnífico matara a varios miles de malvados (si cada uno, pongamos por ejemplo, mata 20000, es un decir aproximado, tiro por lo muy bajo, te salen 140000 rivales fallecidos) y en cambio en la pantalla, mientras galopan arracimados, con el sol en el horizonte, parecen solo unas docenas. ¿De dónde salieron el resto de muertos, iban resucitando según morían, se reproducían o multiplicaban a sí mismos a través de partos sucesivos y efímeros, en un mismo cuerpo cabían varios, muchos, aunque parecieran solo uno, efecto óptico, espejismo, metáfora, símbolo, alegoría...?
Si tuviera doce años quizás no pensaría, me daría igual, y haría bien, que la épica debe tener un mínimo respeto a los otros, al enemigo, debe darles entidad, hasta cariño diría, elevarlos, aportarles fuste, sentido, prestigio, dignidad, de lo contrario, si los desprecias olímpicamente, si los conviertes en masa informe que va al muere sin ánimo de lucro, más bien festivo e indiscriminado, si te ríes y cagas de/en ellos, muy probablemente se te caiga de bruces al suelo el cuento, se te rompa la ilusión, se te acabe el amor de tanto usarlo y no superes la deseada prueba, y lo peor, conviertas a tus héroes, por lo mismo, por falta de competencia de cierta capacidad, en penosos patanes, en groseros matarifes, pueriles, burocráticos, funcionariales, tanto, que no diría que en algún momento no se le pase al espectador la peregrina idea de juntarse con los moribundos clonados, con ese ejército de zombis tan lastimoso y, por pura caridad o tal vez cierta identificación/conmiseración con tanta debilidad rival, tratar de acabar de una vez por todas con esos siete, o con veintisiete si hiciera falta.
Si... la presentación de los personajes tan poco trabajada, tan primaria, el elenco Benetton (esto es un chino, un blanco, un negro, un indio, un gordo, un predicador, un cobarde, un confederado, uno de la unión, una mujer, un pueblo, una mina, un malo, una balacera... ), la barata banalidad de todo, la intrascendencia hinchada, la vacuidad ruidosa, el metraje alargado sin un porqué, los tics de Hawke (desde "El club de los poetas muertos" haciendo sin parar mohínes, casi treinta años en la brecha del estrambote)... tanto, casi todo fuera distinto, de otro mejor modo, lo hubiera disfrutado, algo o mucho más, sin duda.
Pero lamentablemente ha pasado el tiempo, algunos años me han caído, tampoco tantos, oye, y la verdad desagradable asoma, ya solo puedo salvar a Denzel (siempre, hasta envejece bien el cabrón) y señalar perezosamente la inercia fácil que nada te exige y tan poco te da, la rotundidad aturdidora de la fotografía y el sonido y... nada más, mucho me temo.