Dramón de gran aliento y muchas ínfulas que planea durante más de dos horas largas arrastrando la pesada carga de cierta aparatosidad vacua que se ve aligerada, gracias a dios, por un estilo marcado, poderoso, seco, inmenso en su fría desolación.
Tres tiempos para un mismo diagnóstico: el pasado reverbera de manera implacable a través de ondas concéntricas, retorcidas sobre sí mismas, buscando una salida imposible y agotadora.
O de cómo en la vida hay momentos decisivos que finalmente, y ya sin remedio, decantan la balanza y clavan la flecha en el destino exacto, irreparable. Esas decisiones clave que devienen en futuro cruel y desalmado. La juventud como lugar en el que cristaliza y estalla la vida, en el que se desvela el espejismo y se acaba el juego.
Por otro lado, es la visión de la eclosión capitalista china como enfermedad moral sin solución que devora vidas y siempre exige nuevos sacrificios, que despersonaliza, deshumaniza y borra, que se traga países enteros con todas sus buenas gentes dentro. Es un monstruo grande y pisa fuerte...