Didáctica y espectacular. Desmadrada y obsesiva. Épica y ridícula.
Excesiva, maravillosamente excesiva. Y eso es Stone, un director majadero, muy ambicioso y desmelenado, muy histérico y valiente. Y esta película es su visión personal de Alejandro. Intenta conciliar el respeto debido a la figura histórica con el volcado de sus ideas y manías más personales con su estilo frenético, compulsivo. Y el resultado es muy interesante y enjundioso, aunque también pasado de vueltas por momentos, estrepitoso a veces. Aborda el complejo personaje desde varios puntos de vista diferentes:
- Desde el mito. La brillante escena del padre enseñando las pinturas que muestran las aventuras trágicas de Heracles, Edipo, Medea y Prometeo, más las continuas alusiones a Aquiles, Zeus o Apolo. Todo ello refleja de forma evidente la querencia del protagonista hacia este tipo de figuras; el deseo de querer convertirse en una de ellas, el afán por perseguir la gloria.
- Desde la psicología. Padre agresivo, violento y descontrolado. Madre pérfida, invasiva y controladora. Hijo dividido, perdido, escondido. Que "desea" a la madre y "añora" al padre. En su inercia, en su huida y deriva, late un intento desesperado de alejarse del horror familiar (de la muerte del padre, infinitamente turbia), de escapar de su madre, tan tenaz y fuerte, con un carácter tan avasallador, que le aplasta.
- Desde la política. Capacidad de decisión y rápida mano para ejecutar a los rivales.
- Desde la ideología. Deseo de aunar intereses y unir pueblos; de mezclarse y expandirse. Un imperialismo asimilador y generoso, generador. Un mestizaje sin frenos.
- Desde la guerra. Feroz combatiente, sin miedo.
- Desde el amor. Un gran amor, homosexual, atraviesa su vida. El resto son apaños y rellenos, remiendos.
Es una epopeya grandilocuente, afectada y enloquecida. Pero que avanza, al igual que Alejandro, implacablemente, siempre hacia delante, contando y explicando con claridad y sustancia.