Media votos
4,2
Votos
2.763
Críticas
2.763
Listas
0
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Ferdydurke:
4
5,7
5.236
Drama
España, reinado de Felipe IV (1621-1665). Se inspira en una novela del escritor Gonzalo Torrente Ballester. El Rey se queda estupefacto al contemplar el cuerpo desnudo de Marfisa, la prostituta más bella de la Villa y Corte. Después pretende ver también desnuda a la Reina. A pesar de la oposición y el escándalo de la Iglesia, el Rey no parará hasta ver cumplidos sus deseos. (FILMAFFINITY)
6 de noviembre de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Olvida.
La carne quemada huele mal.
El rey es un monigote manejado por todos, bastante retrasado, al que no le dejan follar con la reina por lo que se tiene que ir de picos pardos o putas igualmente.
El poder nunca recae sobre el que lo representa o es nombrado como tal, nominalismo, casilla vacía, pura apariencia, cebo, placebo, espantapájaros, siempre está al otro lado de la cerca, cerca, en la sombra, el que da la cara solo es un actor o pasmarote, un pobre hombre, un encargado, el chico de los recados.
La religión es igual a la jodienda, el mismo contenido o sentido. Todo es vanidad y deseo, ansias de poder y fornicio, maledicencia y concupiscencia, intriga o cópula, lo demás, burda fachada, mascarada vana.
La película comienza como una farsa de cierta altura cómica y alguna pequeña sutileza, relajada, ambidiestra, que se concreta o tuerce o vence con el transcurrir de los minutos hacia un cuento naíf y maniqueo bastante chabacano finalmente, nada matizado ni de poso, desangelado, pierde toda la posible fuerza por el camino, exangüe, obvio, no demasiado bien resuelto, desnudo, sino más bien casi todo lo contrario.
Los personajes son apenas leves caricaturas o fantoches gruesos, desde el conde duque de olivares muy plano y lerdo hasta el rey como petimetre grotesco (Gabino hace el mismo personaje aquí de zangolotino salido con muy pocas luces y completamente ridículo de viaje a ninguna parte o belle epoque), el monasterio es una casa de putas y el gran inquisidor, un simpático canalla, un cínico ateo que rige o se ocupa de los destinos/vidas de su grey o comunidad real con santa mano izquierda y tanta paciencia, haciendo un doble juego, espía gemelo, muy hipócrita y cachondo, a sabiendas de que allí no cree nadie en nada, ni en el mismo dios tan presente, a la vista de todos.
El mal es un fraile trepa y fanático (de sí mismo), un personaje esperpéntico, un sepulcro nada blanqueado.
Tanto en la forma como en el fondo es floja, a pesar incluso del vestuario o las localizaciones, de sus rasgos pictóricos clásicos, de sus cuadros bellos planos, resulta artificioso todo, vaho, filfa, el mondadientes del que no ha comido nada.
La carne quemada huele mal.
El rey es un monigote manejado por todos, bastante retrasado, al que no le dejan follar con la reina por lo que se tiene que ir de picos pardos o putas igualmente.
El poder nunca recae sobre el que lo representa o es nombrado como tal, nominalismo, casilla vacía, pura apariencia, cebo, placebo, espantapájaros, siempre está al otro lado de la cerca, cerca, en la sombra, el que da la cara solo es un actor o pasmarote, un pobre hombre, un encargado, el chico de los recados.
La religión es igual a la jodienda, el mismo contenido o sentido. Todo es vanidad y deseo, ansias de poder y fornicio, maledicencia y concupiscencia, intriga o cópula, lo demás, burda fachada, mascarada vana.
La película comienza como una farsa de cierta altura cómica y alguna pequeña sutileza, relajada, ambidiestra, que se concreta o tuerce o vence con el transcurrir de los minutos hacia un cuento naíf y maniqueo bastante chabacano finalmente, nada matizado ni de poso, desangelado, pierde toda la posible fuerza por el camino, exangüe, obvio, no demasiado bien resuelto, desnudo, sino más bien casi todo lo contrario.
Los personajes son apenas leves caricaturas o fantoches gruesos, desde el conde duque de olivares muy plano y lerdo hasta el rey como petimetre grotesco (Gabino hace el mismo personaje aquí de zangolotino salido con muy pocas luces y completamente ridículo de viaje a ninguna parte o belle epoque), el monasterio es una casa de putas y el gran inquisidor, un simpático canalla, un cínico ateo que rige o se ocupa de los destinos/vidas de su grey o comunidad real con santa mano izquierda y tanta paciencia, haciendo un doble juego, espía gemelo, muy hipócrita y cachondo, a sabiendas de que allí no cree nadie en nada, ni en el mismo dios tan presente, a la vista de todos.
El mal es un fraile trepa y fanático (de sí mismo), un personaje esperpéntico, un sepulcro nada blanqueado.
Tanto en la forma como en el fondo es floja, a pesar incluso del vestuario o las localizaciones, de sus rasgos pictóricos clásicos, de sus cuadros bellos planos, resulta artificioso todo, vaho, filfa, el mondadientes del que no ha comido nada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
El coito final Gurruchaga-Grepi es bastante lamentable y el personaje de Poncela como diablo cojuelo tampoco cuela, lo mismo que Almeida de aquella otra jesuita portuguesa pinturera manera.
Al principio sí hay algo de jolgorio, una agradable charlotada que se torna o transforma en siniestra bobada, no por trágica o negra, sino que por simplona y sosa y hasta innecesariamente grosera.
Él da el tipo físico y el resto de elementos acompaña, no tanto la música, de excesiva presencia no muy apropiada.
El reino entero es una gigantesca corrala llena de correveidiles, alcahuetas y chismosos, un enorme lupanar, una reunión de exalcohólicos jolivudenses, una convención de médicos y enfermeras, el silicon valley de hace cuatrocientos años.
Toda la colosal industria humana reducida al metesaca, en caliente meterla, tener ayuntamiento con hembra placentera, o de cómo el poder se basa en la más pura estupidez, en deparar un espectáculo lelo que entretenga al pueblo o público mientras este se mata en flandes o es sangrado en madrid.
Y España era la primer potencia, imaginad los demás.
Alzaos y cubríos. Contranatura. La reina va desnuda.
Esta película podría ser el reverso de don juan en los infiernos de Gonzalo Suárez, de miradas tan opuestas a una casi misma época que en el fondo algo también se asemejan o, por lo menos, no tanto se diferencian, la protagonizada por Guillén era más solemne y poética, esta es más ligera y prosaica, pero ambas comparten sensación de fracaso en ciernes, los primeros signos de la inevitable decadencia, de la enfermedad mortal futura, del desfallecimiento del imperio acosado por tantos enemigos por todo el mundo, y también algo de sarcasmo alucinado o pesadillesco. De Felipe II a Felipe IV (que en realidad poco parece que tenía de las características tan ridículas que aquí se apuntan, más allá de parecidos físicos, conocido, de hecho, como el grande y un follador, si nos ceñimos a ese terreno ya que estamos en chusca faena, compulsivo, hijos por todas partes mediante), apenas unas pocas décadas de distancia, de abuelo a nieto ¿degenerando? hasta llegar al verdadero pasmado o hechizado, a Carlos II, el hijo de este último Felipe, tan débil físicamente, de sangre tan gastada y endogámica, que murió tan joven y no dejó ni siquiera descendencia el pobre.
Mi reino por un polvo.
Al principio sí hay algo de jolgorio, una agradable charlotada que se torna o transforma en siniestra bobada, no por trágica o negra, sino que por simplona y sosa y hasta innecesariamente grosera.
Él da el tipo físico y el resto de elementos acompaña, no tanto la música, de excesiva presencia no muy apropiada.
El reino entero es una gigantesca corrala llena de correveidiles, alcahuetas y chismosos, un enorme lupanar, una reunión de exalcohólicos jolivudenses, una convención de médicos y enfermeras, el silicon valley de hace cuatrocientos años.
Toda la colosal industria humana reducida al metesaca, en caliente meterla, tener ayuntamiento con hembra placentera, o de cómo el poder se basa en la más pura estupidez, en deparar un espectáculo lelo que entretenga al pueblo o público mientras este se mata en flandes o es sangrado en madrid.
Y España era la primer potencia, imaginad los demás.
Alzaos y cubríos. Contranatura. La reina va desnuda.
Esta película podría ser el reverso de don juan en los infiernos de Gonzalo Suárez, de miradas tan opuestas a una casi misma época que en el fondo algo también se asemejan o, por lo menos, no tanto se diferencian, la protagonizada por Guillén era más solemne y poética, esta es más ligera y prosaica, pero ambas comparten sensación de fracaso en ciernes, los primeros signos de la inevitable decadencia, de la enfermedad mortal futura, del desfallecimiento del imperio acosado por tantos enemigos por todo el mundo, y también algo de sarcasmo alucinado o pesadillesco. De Felipe II a Felipe IV (que en realidad poco parece que tenía de las características tan ridículas que aquí se apuntan, más allá de parecidos físicos, conocido, de hecho, como el grande y un follador, si nos ceñimos a ese terreno ya que estamos en chusca faena, compulsivo, hijos por todas partes mediante), apenas unas pocas décadas de distancia, de abuelo a nieto ¿degenerando? hasta llegar al verdadero pasmado o hechizado, a Carlos II, el hijo de este último Felipe, tan débil físicamente, de sangre tan gastada y endogámica, que murió tan joven y no dejó ni siquiera descendencia el pobre.
Mi reino por un polvo.