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Voto de Ferdydurke:
3
7,0
10.915
Romance. Drama
Don es un vendedor de casas que en su tiempo libre presta servicio voluntario en el Teléfono de la Esperanza. A Ann, que trabaja en una tienda de artículos de fotografía y vídeos, su novio le ha dicho que ya no la quiere y que desea cortar la relación. Para intentar recuperarlo, ella graba una cinta de vídeo donde le cuenta cosas que nunca le dijo. Las vidas de Don y de Ann, al cruzarse, experimentan cambios fundamentales. (FILMAFFINITY) [+]
12 de febrero de 2018
17 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quizás, como hacen/hicieron muchos autores con una larga trayectoria a sus espaldas, aterrados al volver a visitar sus inocentes, demasiado delatoras, y nefandas obras primeras, tan inexpertas y llenas de carencias, debería tratar nuestra querida directora (a la que amé loca y efímeramente una media hora que estalló en eternas auroras de tiempo inconmensurable, de ahí mi furibundo despecho, en su lejano día -yo también fui joven, más que ahora incluso, aunque no lo parezca-, casi que ya no me acuerdo, ahora que el invierno de Seattle es solo un mojón en el camino al infierno) de borrar las huellas del delito, afanarse por eliminar las copias que queden, quemar su diabólico celuloide, procurar que, si falla todo lo anterior, los espectadores que la hayan padecido se olviden de semejante engendro mediante cualquier tipo de soborno o terapia de choque.
Se notan a la legua las ínfulas de novata pistonuda con lecturas de alto copete y muchas películas a sus anchas espaldas, las ganas de ser original a toda costa, el ímpetu por dejar rastro o huella, llamar la atención y epatar a la concurrencia burguesa o más bien agradar al sencillo personal con el alma en vela.
Y eso es lo malo. Que se desnuda demasiado. Y da un poco de vergüenza ajena.
Su mirada pedantesca, repipi, cursi, ridícula, esa transgresión blanda y amanerada, los esfuerzos por ir de moderna, el intento de hacernos pasar a una desmadejada cabeza hueca por filósofa de primera. En fin, un popurrí de ocurrencias penosas y frases enojosas.
"Me gusta ir a ver películas porno. Me parece reconfortante". Dice en un momento dado el simpático y buenazo protagonista. Sí, habéis oído bien. Reconfortante (sic).... Y así muchas más.
Un tono lánguido, moribundo, apático, narcotizado, pretendidamente independiente, publicitario y ñoño grunge (el año 96 fue cuando se hizo), de postal de melancolía de romanticismo aguado, melifluo y fofo, pregonero a los cuatro vientos de una supuesta diferencia que la más de las veces solo es pose y huera displicencia.
Los personajes son fantoches que repiten ideas y citan dichos como si estuvieran en un mal taller de impostura literaria. Sus encuentros están puestos por el ayuntamiento. Sus reacciones, deslices y flirteos se debaten entre la necedad más profunda y la casualidad más mostrenca.
No hay un gramo de verdad, sinceridad o poso. Nada más que como reflejo (de lo que se esconde, de lo que late entre tanta vanidad, temeridad y desafuero), como gesto, como superficie afectada y redicha de una creadora que olisqueaba algo y no sabía ni cómo ni dónde
Si no es peor, gracias, se lo deberíamos achacar a su benéfica brevedad, sencillez y, más o menos, esmero en su conjunto y resolución, en su forma y, por decir algo, fluir narrativo.
Se notan a la legua las ínfulas de novata pistonuda con lecturas de alto copete y muchas películas a sus anchas espaldas, las ganas de ser original a toda costa, el ímpetu por dejar rastro o huella, llamar la atención y epatar a la concurrencia burguesa o más bien agradar al sencillo personal con el alma en vela.
Y eso es lo malo. Que se desnuda demasiado. Y da un poco de vergüenza ajena.
Su mirada pedantesca, repipi, cursi, ridícula, esa transgresión blanda y amanerada, los esfuerzos por ir de moderna, el intento de hacernos pasar a una desmadejada cabeza hueca por filósofa de primera. En fin, un popurrí de ocurrencias penosas y frases enojosas.
"Me gusta ir a ver películas porno. Me parece reconfortante". Dice en un momento dado el simpático y buenazo protagonista. Sí, habéis oído bien. Reconfortante (sic).... Y así muchas más.
Un tono lánguido, moribundo, apático, narcotizado, pretendidamente independiente, publicitario y ñoño grunge (el año 96 fue cuando se hizo), de postal de melancolía de romanticismo aguado, melifluo y fofo, pregonero a los cuatro vientos de una supuesta diferencia que la más de las veces solo es pose y huera displicencia.
Los personajes son fantoches que repiten ideas y citan dichos como si estuvieran en un mal taller de impostura literaria. Sus encuentros están puestos por el ayuntamiento. Sus reacciones, deslices y flirteos se debaten entre la necedad más profunda y la casualidad más mostrenca.
No hay un gramo de verdad, sinceridad o poso. Nada más que como reflejo (de lo que se esconde, de lo que late entre tanta vanidad, temeridad y desafuero), como gesto, como superficie afectada y redicha de una creadora que olisqueaba algo y no sabía ni cómo ni dónde
Si no es peor, gracias, se lo deberíamos achacar a su benéfica brevedad, sencillez y, más o menos, esmero en su conjunto y resolución, en su forma y, por decir algo, fluir narrativo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
La trans que anhela su polla mutilada, la compañera de trabajo lerda, el padre abrazador, la madre en coma, el vecino enamorado y tardo, el novio en el extranjero y el doliente McCarthy que es la repera, guapo, bonito y barato, irrechazable oferta para nuestra dama de las camelias lacia y grisácea, chuchurría, lírica y reflexiva, pelma, dominguera y morosa o heroína profiláctica de belleza inadvertida en la sombra que remolonea, se deja, torea, ahora te deseo y mañana ya no cuenta, tú eres increíblemente tonto y seguro que lo entiendes y soportas ya que soy yo muy especial y no tengo el coño para más penas y puedo hacer lo que quiera cuando el sufrimiento es tan grande y una tiene derecho a probar la libertad de ser amada por tres prospectos masculinos y al final no quedarse con ninguno, lo normal si eres tan inteligente, sensible y serena.
Confesión imperdible de mi corazón magullado y singular:
Cuando amé no amaba, era el espejo del amor no amado, ahora que no amo, o no me aman, ya sí, entonces, amo, es la verdad del amor el dolor de la pérdida descoyuntada y caballuna. El amor es pena, tristeza, negra siesta. Eso que nos hace llorar y mirar el horizonte en busca de aliento y esperanza. Un pellizco en la entretela, un temblor en la arteria, un atardecer y unos versos de aquel poeta demasiado viejo para morir tan joven, oh, mi muerto que es todos los muertos de la vida que quiere tanto que nunca se consuela.
Confesión imperdible de mi corazón magullado y singular:
Cuando amé no amaba, era el espejo del amor no amado, ahora que no amo, o no me aman, ya sí, entonces, amo, es la verdad del amor el dolor de la pérdida descoyuntada y caballuna. El amor es pena, tristeza, negra siesta. Eso que nos hace llorar y mirar el horizonte en busca de aliento y esperanza. Un pellizco en la entretela, un temblor en la arteria, un atardecer y unos versos de aquel poeta demasiado viejo para morir tan joven, oh, mi muerto que es todos los muertos de la vida que quiere tanto que nunca se consuela.