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Voto de Ferdydurke:
10
7,0
1.825
Serie de TV. Drama
Miniserie de TV de 10 episodios. Adaptación de la conocida novela de Benito Pérez Galdós. La acción se desarrolla entre 1865 y 1876. Juan, hijo único de los Santa Cruz, una rica familia de comerciantes, conoce a Fortunata, una muchacha de origen humilde, y entre ambos surge un amor apasionado. Sin embargo, la madre de Juan decide casar a su hijo con su sobrina Jacinta. Después del viaje de novios, Jacinta, cuya principal ocupación son ... [+]
17 de septiembre de 2023
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vergüenza. La historia del siglo. Divinidades.
Érase una vez un extraño no tan lejano país en el que se hacían esmeradas enjundiosas versiones de las máximas expresiones de su cultura para que sus gentes disfrutaran/aprendieran de ello, todo lo cual quedó ya muy lejos, obvio, ahora sería innecesario, vivimos tiempos mejores, estamos a otras cosas mucho más importantes, por ejemplo, a marchas forzadas asimilando (tragando) la nueva religión que viene con fuerzas renovadas de fuera extranjera y que todo lo abrillanta como la plata, doctrina, homilía, catequesis, traga, devora, no deja títere con cabeza, cree, reza, ora, obedece, coma.
Banda sonora por momentos espantosa. Frases castizas como pura gloria.
Plencia. Ad hoc. Caridad y estómago. Luteranos. Cría cuervos. Embusteros y tontos. Zascandiles y zopencos.
Los días felices.
Obra cumbre melodramática crítica llena de sublime poesía popular y preñada de personajes más grandes que la vida y la muerte es trasladada a la tele con magnificencia discreta modesta, rica en texturas pulcras, y gran fidelidad al texto original.
Galdós no juzga, compadece, se ríe, satiriza, se apiada, pero sobre todo lo que hace es recrear la lengua coloquial abismal hablada de las clases bajas (y medias) en su argot o jerga con prodigiosa habilidad y jocunda humanidad y tremenda inteligencia.
Obra llena de humor, sarcasmo, visión crítica, empaquetada/embutida en el artefacto/artificio narrativo convencional del folletín colosal, la letra sin sangre entra.
Nadie es culpable ni inocente (del todo), todos son desastrosamente humanos demasiado humanos, aunque, claro, los hay más sinvergüenzas o candorosos.
Fortunata es la gran protagonista, la fuerza brava pura de la naturaleza del pueblo, tan honrada y sincera como despiadada y egoísta, de buen corazón y arpía, tan generosa como terca, tan espabilada como completamente idiota, no ha lugar a la filosofía práctica, se deja llevar por lo que más brilla.
Jacinta es la mosquita muerta, la pasiva agresiva, la buena lista, la santa bendita, la Winona Ryder de La edad de la inocencia.
Juan es el zángano, el tábano, el mosquito, el cerdo, el caradura, el jeta, el inútil, el vago, el simpático, el parásito, el juguete diabólico, el instrumento de las pasiones femeninas, el consolador o satisfyer, vademécum, se aprovecha tanto de ellas como ellas disfrutan de él, de su simpleza egocéntrica masculina que tanto les gusta, de su insustancialidad y vacío, se tragan sus infinitas mentiras a posta, a sabiendas, con ganas, van a lo que más pinta o pita, a lo gordo, grosso modo, no les importa el fondo, su alma eviscerada, no la miran, su nada, la ignoran, en su pecado (disfrute) de cuerpo presente está/llevan su penitencia, que él las toree a su antojo como a vacas de tan golosas mansas, ya que esta obra, en verdad, se trata, muy sobre todo, de eso, de las mujeres y sus manejos, de sus penas y alegrías o derroteros, ellas son las que en las sombras o como mar de fondo aquí más mandan y discurren, se dan gusto, juegan, ofrecen y padecen, sufren y gozan, ordenan, se dan pisto, o solo hay que ver a Doña Lupe o a la rata eclesiástica Guillermina para comprobarlo, tías pasteleras (muy bien la López, exagerada), esas dos titanas mueven los hilos, hacen de su capa un sayo, dirigen o moldean con mano de hierro los destinos de todos, el mundo a su antojo, hacen su santa, tiene todo el poder omnímodo que les otorga su inteligencia práctica y su tremenda voluntad, su privilegiada clarividencia y capacidad de tormento.
Realismo histérico por momentos (se entrevera sabiamente con la ironía y la chanza, la psicología con el chascarrillo, el pensamiento con la calaverada, bagatelas para una exhibición verbal como pocas) en el que se cruzan la política y los sucesos históricos, pero solo como contexto, no es lo importante ni mucho menos, sí la intrahistoria, el retrato de un tiempo y un pueblo, de un sentimiento y un modo, de una forma de decir sobre todo.
Camus es un humilde y hábil eficaz artesano que es terriblemente fiel al material original, nada arriesga, se pliega, cede, deja, es un canal de trasmisión de la materia prima excelsa, no se toca.
De acuerdo, solo un pero, a veces la música chirría, melosa y almibarada y recurrente y sensiblera, más en los primeros capítulos, aturde, pesa, trivializa, amansa las fieras y, claro, el tono es medio, manso, no se alza la voz ni se la juegan.
Érase una vez un extraño no tan lejano país en el que se hacían esmeradas enjundiosas versiones de las máximas expresiones de su cultura para que sus gentes disfrutaran/aprendieran de ello, todo lo cual quedó ya muy lejos, obvio, ahora sería innecesario, vivimos tiempos mejores, estamos a otras cosas mucho más importantes, por ejemplo, a marchas forzadas asimilando (tragando) la nueva religión que viene con fuerzas renovadas de fuera extranjera y que todo lo abrillanta como la plata, doctrina, homilía, catequesis, traga, devora, no deja títere con cabeza, cree, reza, ora, obedece, coma.
Banda sonora por momentos espantosa. Frases castizas como pura gloria.
Plencia. Ad hoc. Caridad y estómago. Luteranos. Cría cuervos. Embusteros y tontos. Zascandiles y zopencos.
Los días felices.
Obra cumbre melodramática crítica llena de sublime poesía popular y preñada de personajes más grandes que la vida y la muerte es trasladada a la tele con magnificencia discreta modesta, rica en texturas pulcras, y gran fidelidad al texto original.
Galdós no juzga, compadece, se ríe, satiriza, se apiada, pero sobre todo lo que hace es recrear la lengua coloquial abismal hablada de las clases bajas (y medias) en su argot o jerga con prodigiosa habilidad y jocunda humanidad y tremenda inteligencia.
Obra llena de humor, sarcasmo, visión crítica, empaquetada/embutida en el artefacto/artificio narrativo convencional del folletín colosal, la letra sin sangre entra.
Nadie es culpable ni inocente (del todo), todos son desastrosamente humanos demasiado humanos, aunque, claro, los hay más sinvergüenzas o candorosos.
Fortunata es la gran protagonista, la fuerza brava pura de la naturaleza del pueblo, tan honrada y sincera como despiadada y egoísta, de buen corazón y arpía, tan generosa como terca, tan espabilada como completamente idiota, no ha lugar a la filosofía práctica, se deja llevar por lo que más brilla.
Jacinta es la mosquita muerta, la pasiva agresiva, la buena lista, la santa bendita, la Winona Ryder de La edad de la inocencia.
Juan es el zángano, el tábano, el mosquito, el cerdo, el caradura, el jeta, el inútil, el vago, el simpático, el parásito, el juguete diabólico, el instrumento de las pasiones femeninas, el consolador o satisfyer, vademécum, se aprovecha tanto de ellas como ellas disfrutan de él, de su simpleza egocéntrica masculina que tanto les gusta, de su insustancialidad y vacío, se tragan sus infinitas mentiras a posta, a sabiendas, con ganas, van a lo que más pinta o pita, a lo gordo, grosso modo, no les importa el fondo, su alma eviscerada, no la miran, su nada, la ignoran, en su pecado (disfrute) de cuerpo presente está/llevan su penitencia, que él las toree a su antojo como a vacas de tan golosas mansas, ya que esta obra, en verdad, se trata, muy sobre todo, de eso, de las mujeres y sus manejos, de sus penas y alegrías o derroteros, ellas son las que en las sombras o como mar de fondo aquí más mandan y discurren, se dan gusto, juegan, ofrecen y padecen, sufren y gozan, ordenan, se dan pisto, o solo hay que ver a Doña Lupe o a la rata eclesiástica Guillermina para comprobarlo, tías pasteleras (muy bien la López, exagerada), esas dos titanas mueven los hilos, hacen de su capa un sayo, dirigen o moldean con mano de hierro los destinos de todos, el mundo a su antojo, hacen su santa, tiene todo el poder omnímodo que les otorga su inteligencia práctica y su tremenda voluntad, su privilegiada clarividencia y capacidad de tormento.
Realismo histérico por momentos (se entrevera sabiamente con la ironía y la chanza, la psicología con el chascarrillo, el pensamiento con la calaverada, bagatelas para una exhibición verbal como pocas) en el que se cruzan la política y los sucesos históricos, pero solo como contexto, no es lo importante ni mucho menos, sí la intrahistoria, el retrato de un tiempo y un pueblo, de un sentimiento y un modo, de una forma de decir sobre todo.
Camus es un humilde y hábil eficaz artesano que es terriblemente fiel al material original, nada arriesga, se pliega, cede, deja, es un canal de trasmisión de la materia prima excelsa, no se toca.
De acuerdo, solo un pero, a veces la música chirría, melosa y almibarada y recurrente y sensiblera, más en los primeros capítulos, aturde, pesa, trivializa, amansa las fieras y, claro, el tono es medio, manso, no se alza la voz ni se la juegan.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
La pecadora muere (gloria lleva, paz deja), el pecador es dejado de lado, a galeras (cien años de soledad le esperan, ya no se le tendrá jamás en cuenta), y la santa se lleva el premio gordo, la herencia, la perpetuación de la especie, el futuro, el sentido, las cansadas endogámicas viciadas, son primos, clases altas son vivificadas por las bajas (que deben hacer ese sacrificio para que el mundo siga), toma y (no) daca.
El loco o débil también es apartado, queda fuera de juego, no ha lugar en este perro mundo cruel para la demasiada sensibilidad o delicadeza (aunque también quiso a la más guapa deseada, ese fue su error, no conformarse, como todos, no adecuarse, no ser consciente de sus reales posibilidades, hasta Fernán Gómez pagó por ello, por dejarse llevar a la vejez viruelas, pese a toda su clarividencia, la carne es débil, el alma de paja y el cerebro de hojalata, nadie se libra, viva la parca).
Claro que en la versión televisiva se pierden infinidad de matices, expresiones, riquezas, disquisiciones, informaciones, observaciones, sutilezas e intríngulis, pero más que suficiente lo que queda, es una serena y elegante casi exacta recreación de los hechos literarios.
Destacaría a la Ponte y al Pardo y la belleza de la Martín como blasones o banderas.
Yo solo eché de menos un coso, el rapapolvo, oro puro, gloria bendita, de la rata eclesiástica al Rabal, cómo desmonta todas sus mentiras una a una una tras otra, la verdad percutiendo sin medida ni freno, como un martillo pilón frente a la ilusión y el cuento, materialismo en vena, alimento para el sediento.
El loco o débil también es apartado, queda fuera de juego, no ha lugar en este perro mundo cruel para la demasiada sensibilidad o delicadeza (aunque también quiso a la más guapa deseada, ese fue su error, no conformarse, como todos, no adecuarse, no ser consciente de sus reales posibilidades, hasta Fernán Gómez pagó por ello, por dejarse llevar a la vejez viruelas, pese a toda su clarividencia, la carne es débil, el alma de paja y el cerebro de hojalata, nadie se libra, viva la parca).
Claro que en la versión televisiva se pierden infinidad de matices, expresiones, riquezas, disquisiciones, informaciones, observaciones, sutilezas e intríngulis, pero más que suficiente lo que queda, es una serena y elegante casi exacta recreación de los hechos literarios.
Destacaría a la Ponte y al Pardo y la belleza de la Martín como blasones o banderas.
Yo solo eché de menos un coso, el rapapolvo, oro puro, gloria bendita, de la rata eclesiástica al Rabal, cómo desmonta todas sus mentiras una a una una tras otra, la verdad percutiendo sin medida ni freno, como un martillo pilón frente a la ilusión y el cuento, materialismo en vena, alimento para el sediento.