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Rusia Rusia · Stalingrado
Voto de Ferdydurke:
5
Drama En un pequeño pueblo de la Inglaterra de 1959, una joven mujer decide, en contra de la educada pero implacable oposición vecinal, abrir la primera librería que haya habido nunca en esa zona. (FILMAFFINITY)
21 de noviembre de 2017
12 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Da igual los libros que hayas leído, te puedes haber tragado bibliotecas enteras, comprado librerías solo para ti, deglutido, digerido y vomitado miles de páginas, aprendido de memoria bellos poemas, recitado las líneas más importantes de los clásicos más señeros, nada, humo, vaho, bagatelas, triste máscara, fantoche que con su velo nos sobrevuela y apenas afecta.
Adorno, pose, barniz, disimulo.
Los libros no te cambian ni te descubren, no te vuelven más listo, culto o bueno, por mucho libro que hayas conocido (hay pruebas a patadas y no miro a nadie), seguirás siendo igual de lerdo o creído, de vanidoso o solemne, de pelma, cerdo o bobo, de simple, mentiroso o demagogo, a lo sumo (y es mucho) lo que pueden lograr (y no es poco) es dar forma a lo que en ti alienta, dotarte de un instrumento, la lengua, con el que poder desarrollar tu sensibilidad o pensamiento, con el que conseguir expresar con mayor o menor claridad lo que en tu interior es solo un balbuceo, darte un contexto, situarte en el mundo y el tiempo, hacerte sentir que no eres tan raro como pareces ni quizás estés tan solo como piensas (o sí, pero qué importa), pero todo eso ya estaba desde siempre en ti, y si no es así, por mucho libro que devores, nada se podrá sacar de ese pozo seco, ningún milagro logrará transformar el agua salada del mar en vino para gozar.
Y esta película es una buena prueba. Su sustrato, cimientos y tema son los libros, presentes por todas partes, fundamentales, el alma y la vida de la obra. Y esa obra, a pesar de ese paseo somero por algunos de los grandes
títulos, no puede ser más pueril, maniquea, acartonada, convencional, pacata, tontorrona y simplista, imposible. Ni hablar de comparar la enrevesada, diabólica complejidad de un Nabokov, por poner un ejemplo citado, con esta mirada chata, beata, inerme, de redacción de instituto con la que está contada la trama.
Ya que la buena literatura debería se justo lo contrario de este caso (nunca jamás aceptaría su banal publicidad, el grotesco y fútil autobombo, ya que esa alabanza solo demuestra o total falta de interés al respecto, es lo más habitual esa convencional hipocresía, o un enorme desconocimiento sobre lo que supone, lo que tiene de verdadero goce o alto sufrimiento, la literatura no es una jarabe para la tos ni un baño a la luz de las velas, ni un masaje institucional, ni cualquiera de todas esas boberías que aquí se dan como buenas), debería ensanchar nuestra percepción (no repetir lo que dicen en los telediarios y los anuncios del gobierno), cuestionarnos nuestros más rígidos esquemas (¿leer puede ser malo, puede hacer más tontos o malos a los ya potencialmente susceptibles?, ¿depende?, ¿de qué?, ¿se puede vivir perfectamente feliz y sabio sin leer un libro?) y bondades, negarnos la visión dualista del mundo, abrazar nuestra intuición indagadora y revoltosa, a la contra cuando toca o a la mesura si la cordura es poca, dificultarnos la fácil identificación con los rasgos más obvios, ponernos un espejo deformante delante, nos tendría que presentar personajes ricos en matices, turbadores, contradictorios, llenos de dudas, miedos, anhelos y traiciones, nada que ver con estos titanes mediocres de un solo rasgo y pobre trazo, más marionetas arcaicas que seres de ficción con entidad y sustancia.
Protagonista santa, viuda, casta, literata lectora, paciente, justa, generosa y tan buena, tan buena que parece/o se hace boba, de nada se entera la pobre y todo le medio sorprende, con su cara de pasmo, sus ridículos y desesperantes melindres y el rictus conservado en salmuera.
Y por ella pelean dos fuerzas antagónicas y muy antonomásicas. El rico bueno (sí, aunque no lo parezca, los hay, solo se trata de buscar con más ahínco) y la pérfida rica (la perversidad, en cambio, es un atributo que no se oculta tanto). El rey sin corona y la bruja vampiro. El hado bueno de lectura eterna y la arpía ladina que con sus brevajes y ponzoñas nos quiere quitar la librería que tanto el alma (y el cuerpo) nos alegra.
El resto de la función serán peones de la aristocrática venenosa o, en el mejor de los casos, ignorados espectadores que casi ni bulto hacen los pobres.
Todo lo cual no nos ciega ni evita que reconozcamos su buena factura, su trabajo artesano, su fachada impoluta y buen trato. Una narración plasmada con tiento y delicadeza, cuidada, bonita de mirar, sin tacha ni queja.
En la balanza de la justicia nos encontramos, por un lado, con un fondo inane y tan pobre humana e intelectualmente, y en el otro con una partitura delicada, esmerada, como zurcir calcetines al calor de la lumbre en un invierno duro, pero con la compañía vivificante y tan reconfortante del gato y el perro, a tu lado, llenos de recia mansedumbre.
Se dice en un momento dado que el mundo se divide entre los exterminadores y los exterminados. Sin ánimo de ser crueles, no es el caso, esta película se juntaría con los del primer grupo, con los aniquiladores de la buena literatura entendida esta como un arte iluminador y arriesgado, vidrioso, profundo y hermoso, no con hacer calceta, tomar té o irte de vacaciones con tu querida esposa y toda la parentela, además de la criada inglesa, a la campiña francesa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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