Dos temas que muy a menudo van de la mano son el motor de este atípico western ambientado en el México del emperador Maximiliano. Dos mercenarios americanos se ponen al servicio del emperador para escoltar a una aristócrata francesa hasta Veracruz. Lo que en realidad escoltan es un cargamento de oro destinado a reclutar tropas en Europa y que si cae en manos de los juaristas decidiría a su favor la guerra civil. Lo del oro acaba siendo el secreto de Polichinela y todos intrigan para quedarse con su parte… o con todo.
Personajes amorales, en distintos grados, y codiciosos, con distintos fines. Cooper compone con su habitual aplomo a un caballero del sur que ambiciona reconstruir su perdida hacienda. Lancaster interpreta uno de esos papeles de cínico encantador que tan bien le sentaban a su sonrisa. El glamour lo aporta la taimada marquesa francesa interpretada por la carnal Denise Darcel (“Caravana de mujeres”) y la manchega Sara Montiel muestra su esplendente belleza y su limitado talento interpretativo como temperamental juarista. Esta última, muy sabiamente, decidió que prefería ser cabeza de ratón en España que cola de león en un Hollywood que la condenaba a interpretar siempre papeles de mexicana o de india.
Algunas críticas consideran esta cinta como un precedente del espagueti-western. Tal vez sea porque ninguno de sus protagonistas pueda merecer el título de “bueno de la película”. Por lo demás, el brío de la realización de Aldrich tiene muy poco que ver con las operísticas y morosas y puestas en escena de Leone. Se toma su tiempo para caracterizar, bien, a sus personajes y la posterior sucesión de refriegas, escaramuzas y trampas la convierten en una película ágil y entretenida.