El acercamiento a Drácula de Gary Shore con “Drácula: La leyenda jamás contada” poco o nada tiene que ver con los elegantes y memorables largometrajes que pudimos disfrutar en los noventa con “Drácula, de Bram Stoker” y “Entrevista con el Vampiro“. En este caso el enfoque va por otros derroteros, y es que el lumbreras de Gary Shore ha pensado: “Si Batman es un murciélago, y Drácula es un murciélago…¿Por qué Drácula no puede ser Batman?” ¡toma ya! .

Pues nada, va este señor y se saca al multimillonario del Medievo de la manga, el príncipe Dracula (Bruce Waine ya estaba pillado), que es un guerrero entre guerreros criado en la guerra, “Empalador” de apodo, sin remordimientos ni conciencia, pero un buen tío al fin y al cabo, amante de su familia y queridísimo por sus amigos y vasallos; no, no tiene un mayordomo que se llama Alfred.

Pero en un momento de extrema necesidad, el señor Drácula acude a las sombras en busca de ayuda y da con un vampiro que al morderle le concede poderes inimaginables (como el señor Wayne acudiendo a Ra’s Al Ghul en busca de guía, vaya) . Así que cuando Drácula vuelve a su hogar está preparado para afrontar los terribles acontecimientos que se le vienen encima.

A partir de ese momento vemos un festín de efectos especiales salpicado con algunas escenas de batalla resueltas de una manera bastante chapucera y, por supuesto, a Drácula convertido en un super hombre inmortal que incluso se enfunda en una armadura muy chula a la que sólo le falta un murciélago en el pecho.

Fragmento extraído de www.generacionfriki.es