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Ciencia ficción. Aventuras. Acción
La tripulación de la nave Enterprise recibe la orden de regresar a la Tierra para enfrentarse a un terrorífico grupo que, desde dentro, ha perpetrado un ataque contra la cúpula de la Federación, sumiéndola en una profunda crisis. Para solucionar el problema, además de un asunto personal, el capitán Kirk encabeza una incursión a un planeta en guerra para capturar a un hombre que es un arma de destrucción masiva. A medida que nuestros ... [+]
6 de julio de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por lo menos para todos aquellos que alguna vez soñaron con ser caballeros jedi y que ahora se vean capaces de dejar de lado sus ya anticuados resquemores para acudir al cine a ver la nueva (y van doce) aventura trekkie, pocos dedos habrá que cruzar y a pocos dioses habrá que rezar para que la próxima gran saga galáctica en manos de JJ Abrams salga a pedir de boca. Visto lo visto, Abrams es una apuesta sobre seguro. Se siente cómodo haciendo cine del más honesto entretenimiento, porque comprende al público como el público le comprende a él. Es buen conocedor de la variopinta colección de espectadores que pueblan las salas, desde el más desentendido dominguero hasta el que ha crecido con los mitos de la gran pantalla, escenas del mundo audiovisual del que forma parte y al cual representa en su actual posición de hijo predilecto y alumno avanzado del mainstream cinematográfico. Y habiéndolo reflejado en su hasta la fecha corta filmografía, Star Trek: En la oscuridad es una especie de compendio perfecto de lo que han dado de sí los últimos ocho años del Abrams director de cine.
En muchos aspectos, se trata esta entrega tanto de algo ya visto como de algo nunca visto, en cualquier caso un bombazo audiovisual en toda regla de los de pagar un poco más para poder ver con sonido envolvente y pantalla a la que no se le alcanzan a ver los bordes (la experiencia en IMAX 3D quede más que recomendada; esto en casa perdería enteros). Un espectáculo que es a la par frenético y endiablado, pausado e introspectivo, grandilocuente y operístico. Impactante casi siempre. Y ya empieza a ser costumbre.
Para quien no lo recuerde, la primera entrega de la (nueva) serie, estrenada en 2009, proponía una tabla rasa a los conceptos de una saga que, en aquel entonces, contaba con diez películas (seis protagonizadas por el clan Shatner, dos conducidas por el grupo de Patrick Stewart y una película compartida por las dos familias), así como varias series de televisión de mayor o menor trascendencia que comprendían nada menos que más de cuarenta años en la historia catódica americana. Llegaba esta reinvención en forma de juego de realidades partidas y saltos temporales, hoy ya casi la quintaesencia de la escritura de la asociación Orci-Kurtzman, que permitía un reboot muy autoconsciente, por mirar directamente a los ojos de sus más inmediatos referentes (los mismísimos inicios de la tripulación del Enterprise) y por reformularlos para el disfrute del espectador despierto.
Hoy, en plena era post-televisiva para Orci y Kurtzman, y unidos ahora a un Damon Lindelof más en activo que nunca, proponen un retorno a ese juego que tan bien dominan para exprimir todavía más de sus frutos. Mientras tanto, su guión se mueve con avidez y dibuja una película que se mueve entre escenas de acción de primera categoría, momentos de comedia que casan con el tono a ratos ligero de la trama y aventura intergaláctica que nunca se ve a sí misma caer en la gravedad apática y ceñuda que han terminado caracterizando al blockbuster del siglo XXI. Marca así en su visión global una historia de corte muy clásico y regusto nostálgico que recuerda a las aventuras originales del grupo y que no deja de reencontrarse con todos aquellos elementos que hicieron grande a su hermana mayor ahora hace unos cuatro años.
En muchos aspectos, se trata esta entrega tanto de algo ya visto como de algo nunca visto, en cualquier caso un bombazo audiovisual en toda regla de los de pagar un poco más para poder ver con sonido envolvente y pantalla a la que no se le alcanzan a ver los bordes (la experiencia en IMAX 3D quede más que recomendada; esto en casa perdería enteros). Un espectáculo que es a la par frenético y endiablado, pausado e introspectivo, grandilocuente y operístico. Impactante casi siempre. Y ya empieza a ser costumbre.
Para quien no lo recuerde, la primera entrega de la (nueva) serie, estrenada en 2009, proponía una tabla rasa a los conceptos de una saga que, en aquel entonces, contaba con diez películas (seis protagonizadas por el clan Shatner, dos conducidas por el grupo de Patrick Stewart y una película compartida por las dos familias), así como varias series de televisión de mayor o menor trascendencia que comprendían nada menos que más de cuarenta años en la historia catódica americana. Llegaba esta reinvención en forma de juego de realidades partidas y saltos temporales, hoy ya casi la quintaesencia de la escritura de la asociación Orci-Kurtzman, que permitía un reboot muy autoconsciente, por mirar directamente a los ojos de sus más inmediatos referentes (los mismísimos inicios de la tripulación del Enterprise) y por reformularlos para el disfrute del espectador despierto.
Hoy, en plena era post-televisiva para Orci y Kurtzman, y unidos ahora a un Damon Lindelof más en activo que nunca, proponen un retorno a ese juego que tan bien dominan para exprimir todavía más de sus frutos. Mientras tanto, su guión se mueve con avidez y dibuja una película que se mueve entre escenas de acción de primera categoría, momentos de comedia que casan con el tono a ratos ligero de la trama y aventura intergaláctica que nunca se ve a sí misma caer en la gravedad apática y ceñuda que han terminado caracterizando al blockbuster del siglo XXI. Marca así en su visión global una historia de corte muy clásico y regusto nostálgico que recuerda a las aventuras originales del grupo y que no deja de reencontrarse con todos aquellos elementos que hicieron grande a su hermana mayor ahora hace unos cuatro años.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Terrenos revisitados y no por ello menos fértiles y novedosos, aquí reformulados con astucia y con el ingenio que despierta sólo del verdadero amante del género. Por un lado, y sin renunciar a ofrecerse accesible hasta al espectador más desconectado del universo Star Trek, la historia ofrece sin ir más lejos alusiones claras a sus predecesoras, y una colección de referencias que van del guiño al más sentido homenaje. Entre las del último tipo, y de imprescindible mención, (SPOILER) Orci, Kurtzman, Lindelof y Abrams nos regalan un tramo final de película que es una directa reinterpretación, como salida directamente del corazón, de ciertos momentos clásicos que sobrecogerán a todo aquel que sea mínimo conocedor de la saga, y muy especialmente de la segunda película de la serie (FIN DEL SPOILER). Por otro lado, el tándem Kirk-Spock vuelve a funcionar de maravilla, se refuerza, se reafirma y se realza minuto a minuto hasta convierte en el centro del último acto de la cinta, sin duda el mejor de todos, y que significa para ellos el cierre de un círculo trazado desde buen inicio de la historia. Y como centro gravitatorio, un impresionante Benedict Cumberbatch que ofrece uno de los villanos más memorables de la historia reciente y del cual no diremos ni mu.
Por su parte, Abrams repara el prestigio que perdió ligeramente de vista en la un tanto decepcionante Super 8, quizás porque aquí, a diferencia de en aquélla película, no hay tanto de corazón como sí lo hay de cabeza, pulso y decisión. Su estilo tras la cámara se perfila más portentoso, retomando tanto el poderío visual que marcaba las señas de identidad de su primera aventura galáctica como la inquietud y el ritmo que marcaba los compases de su Misión Imposible III. Una mayor destreza que da empaque al producto final y que nos recuerda, de una vez por todas, que la antaño casi obligada mención a su vida televisiva (aunque siempre algo injustamente sobredimensionada en su vertiente creativa por la opinión pública) debería caer ya en desuso en favor de su muy merecida y renovada destreza en contar historias en la gran pantalla. Ahí quedan, como prueba irrefutable, esos puntos álgidos para el recuerdo: las secuencias callejeras en el San Francisco del siglo XXIII, la escena nocturna en el edificio de la Federación, la gran obertura inicial (cual epopeya romana), la lucha entre los dos titanes en órbita o simplemente los intercambios entre la tripulación y el personaje de Cumberbatch.
Así que a lo siguiente, y que nadie se angustie: la galaxia, la muy, muy lejana, ha recaído en manos de santo.
8/10
Por Pau Roldan (colaborador habitual de La Casa de los Horrores)
Por su parte, Abrams repara el prestigio que perdió ligeramente de vista en la un tanto decepcionante Super 8, quizás porque aquí, a diferencia de en aquélla película, no hay tanto de corazón como sí lo hay de cabeza, pulso y decisión. Su estilo tras la cámara se perfila más portentoso, retomando tanto el poderío visual que marcaba las señas de identidad de su primera aventura galáctica como la inquietud y el ritmo que marcaba los compases de su Misión Imposible III. Una mayor destreza que da empaque al producto final y que nos recuerda, de una vez por todas, que la antaño casi obligada mención a su vida televisiva (aunque siempre algo injustamente sobredimensionada en su vertiente creativa por la opinión pública) debería caer ya en desuso en favor de su muy merecida y renovada destreza en contar historias en la gran pantalla. Ahí quedan, como prueba irrefutable, esos puntos álgidos para el recuerdo: las secuencias callejeras en el San Francisco del siglo XXIII, la escena nocturna en el edificio de la Federación, la gran obertura inicial (cual epopeya romana), la lucha entre los dos titanes en órbita o simplemente los intercambios entre la tripulación y el personaje de Cumberbatch.
Así que a lo siguiente, y que nadie se angustie: la galaxia, la muy, muy lejana, ha recaído en manos de santo.
8/10
Por Pau Roldan (colaborador habitual de La Casa de los Horrores)