Es complicado valorar este hecho histórico cuando sólo hay dos versiones de lo ocurrido, una del militar al mando, y otra de un sacerdote, y al compararlas queda claro que Martín Cerezo se apuntaba más medallas de la cuenta, y ocultaba los pasajes más turbios.

La película está bien como película, pero también da alas a la imaginación de los guionistas. No se lo reprocho. Al fin y al cabo es un negocio. Si hace a algunos personajes más malos o más buenos de lo que fueron, ese ya es otro cantar, porque desvirtúa la historia. Lo que he leído sobre este caso tiene suficiente chicha como para haber hecho una miniserie, y sin necesidad de recurrir a hechos inventados.

Lo que algunos consideran un acto de gran heroísmo, yo lo considero de miedo. Multiples veces tuvieron la opción de deponer las armas y rendirse, sin consecuencias, y no lo hicieron por desconfianza a que todo fuese un engaño, por miedo a morir, no por heroísmo, ni por falta de ganas. Aunque hablemos claro: los filipinos podrían haber hecho añicos la iglesia con todos los que había dentro si hubiesen querido hacer daño. Eso no quita que fuese una gran hazaña, y que la gesta fuese aclamada por todos a los que convenía que este hito se convirtiese en mito.

Y sí, fue un hito. Fue el final de un imperio que había durado cuatro siglos y que había acabado desmembrado a base de guerras internas e independencias, y vapuleado por el resto de potencias de la época, dando la puntilla final un Estados Unidos que siendo un país de segunda, ya apuntaba a convertirse en superpotencia. Como dijera el historiador Juan Batista González, la obra de Martín Cerezo es "la última crónica de Indias".