Seamos honestos: superar a Mc Tiernam y nuestro simpático Chuache era una tarea harto dificil, pero tampoco da la sensación de que sufrieran mucho para intentarlo. La fórmula magistral consiste en plantar un Depredador en un Los Angeles con estética de vídeoclip de Gangsta rap, y poner a un Danny Glover al borde del colapso a entendérselas con él. El único interés que tiene la cinta es ver cómo las gasta el alienígena, el reguero de cadáveres que deja, y suspirar por los buenos momentos proporcionados por la película original. Ciertamente no es una película aburrida pero pesa demasiado la pobreza de medios y de imaginación. Eso sí, sale Gary Busey haciendo el loco como en los 80 se sabái hacer, que siempre es un aliciente.