Cómo me gustaría creer que Rush no fué un sueño, una simple tormenta de verano... Pero ya tengo dudas, pues en esta película volvemos a toparnos con el Howard de siempre: cabalito en las formas pero incapaz de insuflar vida o interés en sus criaturas. Y el cine al final es eso, amigo Ron. No me acabo de explicar que fuera capaz de convertir en electrizante el mundo de la Fórmula 1 (en mi opinión la actividad humana más aburrida) y haya convertido la caza de ballenas en algo tan tedioso. Es grave la cosa porque no acaba de engancharnos ni con los aspectos técnicos de la marinería ni con los humanos, y pasado cierto punto del metraje nos da exactamente lo mismo el número de penurias de los personajes, porque ya no existe tensión dramática ni pasan cosas interesantes. Otra vía que se podría haber tomado, en vez de cargar las tintas en un antagonista monstruoso y una lista interminable de desdichas, es haber imitado a Herman Melville centrándose en una historia de obsesión y de introspección, pero para eso hay que tener un mejor guión y sobre todo un mejor director: el cetáceo de marras está bien hecho técnicamente, pero no acabamos de ver plausibles sus reacciones, algo problemático si se nos repite una y otra vez que está basado en hechos reales. En definitiva, película digna pero lastrada desde sus cimientos.