No comparto el entusiasmo que despierta esta película, la verdad. Su gran baza es llevar los recursos más viejos del cine de terror al escenario espacial (un pastiche de casas encantadas, infiernos agazapados, sustos en Dolby Surround, manantiales de sangre y demás), pero el problema es que acaba cayendo (revolcándose diría yo), en sus mismos errores. A diferencia de Ridley Scott en Alien, el director huye de toda sutileza narrativa o visual y se embarca en un festival de pasillos oscuros, traumatismos desagradables, efectismos de baratillo y un final fácilmente superable por un par de simios beodos aporreando una máquina de escribir. Por otra parte, el diseño de los escenarios pretende ser original pero acaba siendo absurdo y un lastre: la nave protagonista está a medio camino entre un cyber-punk cutre y un Beowulf de serie B, con gran profusión de pinchos, remaches y artesanía toledana. En este horror (estético) Fishburne coge el cheque y hace lo que puede muy concentradico, y Sam Neill deja patentes sus limitaciones expresivas. En definitiva, muy irregular cinta de terror-ficción (?¿) que se queda a mitad de todo.