Es decir: lo que ves es lo que obtienes. Por circustancias varias, a pesar de que por edad fui público objetivo, jamás vi esta película. La reponían cienes de veces en Navidad pero nunca era buen momento para acercarme a este clásico instantáneo y, tal era su fama que pasada ya la cuarentena decidí que no podía continuar así, con ese vacío en mi trayectoria. Y me puse a verla. Y comprendí por qué el Destino había querido este desencuentro. Por decirlo de una forma concisa, La princesa prometida es horrenda: entiendo perfectamente que vista con cierta edad y tras desgastar los cabezales del vídeo VHS pueda dejar huella en la cabeza de un menor (yo atesoro muchos ejemplos), pero para un adulto es una dura prueba.... Para empezar por Rob Reiner, tú antes molabas. La dirección es absolutamente pedestre y salvo el duelo a espada no salvaría ni un solo plano que sea brillante, sorprendente o símplemente... cinematográfico: no me pude quitar el tufo a TV movie en ningún momento. Si segimos por el guión, quizás el problema sea mío y de mis expectativas: no hay ironía, no hay giros, no hay... Shreck. La historia que se nos cuenta es un vulgar cuento infantil sobre el amor verdadero, y no existe desviación alguna sobre esa hoja de ruta, lo cual impide que haya el más mínimo planteamiento que la haga interesante a ojos de un adulto, porque honestamente, todas las frases míticas de la película (que hasta yo conocía), tienen muuuuy poca gracia: lo de Iñigo Montoya tiene una buena rima, pero con decirlo una vez bastaba. Y qué decir del reparto... El único que se salva de esta representación de fin de curso venida a más es Mandy Patikin.

En resumen, La princesa prometida es una de las películas más generacionales que me he echado a la jeta y carece de sentido fuera de su momento y su lugar.