Sólo hay una escena en Chappie que recordaré con cierto cariño, y es esa en la que (no es un spoiler) el personaje de Hugh Jackman asiste escondido a una serie tal de acontecimientos absurdos que, de forma refleja, se persigna con una cara de espanto que resulta hilarante. Aún no entiendo porqué se incluyó este gesto en medio de una situación dramática, pero despertó mi solidaridad de forma absoluta porque yo también quise hacer la señal de la cruz buscando protección en orillas sobrenaturales. Porque Chappie, y vamos ya al meollo, es un auténtico mojón, y es un auténtico milagro que ninguna productora le haya dado luz verde. El guión es, en efecto, una mezcla estúpida de Robocop y Cortocircuito, pero después de una noche de pastillas ilegales: nada tiene sentido en este Pinocho postmoderno en la que el espectador sortea como puede los diálogos de besugos y las situaciones sencillamente increíbles. Blomkamp, que lleva dos bostas de tres películas, comienza a juguetear con el abismo porque su indudable talento visual no puede salvarle ante la retahíla de malas decisiones, y se intuye que no es mala suerte, sino que él es así y no sabe distinguir el bien del mal. Recomiendo por tanto que todo ser humano, aficionado o no a la Sci-Fi, huya de este despropósito creado para lucimiento de los engendros perroflaúticos de Die Antwoord.