Dos términos muy en el lenguaje cotidiano de los mexicanos se encuentran de lleno en esta cinta, el de mirey, así como el de godín. Cada uno es empleado con el sentido más despectivo posible que el otro y encierran a dos tribus ubicadas en cualquier oficina de este país, que refieren a los hijos de los dueños —el cual también incluye a amistades— y a los oficinistas respectivamente.

De lo anterior sale el argumento de María Hinojos y Carolina Rivera, en donde el caricaturizar a cada grupo con la rutina de su acontecer y sus hábitos, es la tarea para construir una auténtica trama de nulo ingenio como espejo de repelentes entre las clase trabajadora y acomodada, con el chiste simplón que radica en acentuar actitudes mal vistas entre ambas partes y se recurre a los estereotipos más elementales, sin dar una pauta de creatividad ya no sólo a las guionistas, sino al director.

Con dos o tres escenas que causaran alguna risotada, el proyecto se sale del ámbito oficinista y hace un recorrido por lugares clave donde las mayorías conectan al verse fotografiadas y si bien no se pide un análisis de estratos, el ramplón de 94 minutos concluye con reconciliación básica y previsible de tendencias más conciliadoras posibles.

Si bien en el cine de Chava Cartas difícilmente podremos encontrar una cinta que supere el categórico de palomero, su más reciente éxito en taquilla confirma su línea, la más comercial, que gusta entre las mayorías y termina siendo el esperpento de los más exigentes.