¿Desde cuándo fue que una película que no cuenta prácticamente nada y que intenta sustentarse en los mohínes y ademanes, supuestamente preñados de significado, que esbozan los actores con cara circunspecta se considera una genialidad? ¿Fue desde "Lost in translation" o me falla la memoria y fue desde mucho antes?

¿Desde cuándo fue que a los críticos les subyugan las historias vacuas con tal de que se cuenten con ritmo de caracol reumático y se dediquen a reflejar con detallista hiperrealismo las agonías de la clase media alta? Películas como "Tu vida en 65 minutos" o, recientemente, la germana "Entre nosotros" han recibido los aplausos de los críticos, que, en su rol inconmovible de gafaspasta, vitorean estos cuentos insípidos con aspiraciones de profundida existencial.

¿Desde cuándo fue que Eduard Fernández hace el mismo personaje? Lo clavó en "En la ciudad", y en "Fausto 5.0" o en "El método" nos mostró lo gran actor que puede ser. ¿Por qué, entonces, Eduard, retomar ese personaje y perpetuarlo, despilfarrando así un talento semejante?

A Mar Coll y demás trupe hay que recordarles que contar este tipo de historia con éxito se precisa una carambola prácticamente imposible: las historias personales, aun cotidianas e, incluso, vulgares, deben poseer un destello de originalidad; no hay excusa: deben suceder cosas, los mohínes, ademanes y semblantes con apariencia de profundidad no cuelan; y los personajes, hete aquí el secreto, personajes bien apuntalados, todo lo urbanitas y clase-media que se quiera, pero atrayentes, complejos, sugerentes.

Si uno no posee semejantes ingredientes, ¿por qué hacer una película?