Cuando en una película de algo más de dos horas en ningún momento te planteas que hora es o cuanto queda para que acabe ya es indicativo de que tiene el mínimo para alcanzar el aprobado. Cuando cada uno de los tres tramos en los que se divide la historia supera al anterior, infancia y adolescencia primero, el horror en el periodo de reclutamiento después y el infierno absoluto en la batalla de Okinawa para finalizar, la nota sube a notable.
Hay actores que a mi personalmente no me interesan mucho como Vince Vaughn o Sam Worthington y que a priori desentonan en una producción de este tipo pero finalmente se integran bien y no molestan demasiado.Mel Gibson rueda las escenas de guerra con la violencia extrema que caracteriza su trabajo pero coloca la cámara en el lugar apropiado y hay que reconocerle un virtuosismo fuera del alcance de casi cualquiera.
En cuanto a lo que nos cuenta y como lo hace os diré que a mi me ha provocado sentimientos encontrados. Parece que el pacifismo es el escaparate frente al que nos coloca el director pero a su vez desde otra perspectiva emerge cierta apología de la heroicidad patria tan típicamente americana. El personaje de Andrew Garfield es un héroe de los pies a la cabeza y un tipo coherente de principio a fin y ante este nada que reprochar por que sin duda representa la parte más honesta de la historia, sin embargo la ambigüedad de la que os hablo hace más referencia a lo que implica el punto de vista de la batalla de Okinawa y las partes en el conflicto y de como en realidad es muy difícil defender la paz y embellecer a su vez el horror de la guerra.
Como conclusión deciros que está es sin duda una buena historia contada por un director excepcional que en cada nueva película afina más sus muchas virtudes pero también acaba recurriendo siempre a sus obsesiones, religión, heroicidad, religión, sacrificio, religión.