El tiempo no pasa en balde para nadie. Andrew Haigh consigue elaborar de forma muy sutil, una historia llena de matices y sugerencias. De forma poética e intimista esculpe el retrato de una pareja, el hechizo fracturado de un glaciar que se quiebra, el tormento del cambio climático que desborda una taza de café ante el pulso nervioso de unos personajes atizados por el pasado.

El primer amor de Geoff (Tom Courtneay) irrumpe de forma epistolar en la vida de una pareja en la antesala de su 45 aniversario. A Geoff se le comunica que Katya ha sido descubierta intacta en un glaciar y eso despierta los celos de Kate (Charlotte Rampling), su mujer. Desde ese momento la presencia de Katya se presenta como una proyección fantasmal -con momentos memorables en los que se alude a ella-, que sirve para poner en juego el complicado nido emocional que plantea el amor y las relaciones de pareja.

Con una capacidad desbordante para llevar los tiempos de cada plano, el cineasta inglés consigue que este ejercicio de talento despierte no solo las emociones y el recuerdo de sus protagonistas, sino también las del espectador. Es digno de admirar el excelente resultado que consigue la banda sonora, cada elemento de sonido que se pone en escena se manifiesta esencial para conseguir el clima deseado.