Igual que en su día me dispuse a ver Casablanca porque es un clásico, ayer por la noche me armé de valor para ver El exorcista, porque también es un clásico en su género.

Cuando vi Casablanca, no me llegó. No me emocioné ni le vi nada especial. Le puse un 7, y aun creo que lo hice para no quedar mal. Bueno, pues ayer, que por cierto, era la noche de Halloween en USA (aunque aquí no lo celebremos), pensé en chutarme una buena dosis de miedo viendo El Exorcista. Pero no. He pasado más miedo con otras películas que supuestamente no son terroríficas; yo siempre digo que esto del terror es algo muy personal y depende del subconsciente de cada uno.

No puedo negar que me quedé inquieta y que al apagar las luces y meterme en la cama sentí algún que otro escalofrío; tampoco puedo negar que la cara de la niña poseída se me quedó grabada un buen rato, así como algunas escenas especialmente impactantes. Pero luego me dormí y no pasó nada. Me desperté esta mañana y la película ya era un recuerdo de algo que vi ayer y que, más que gustarme, me causó desasosiego.

Sé que hay gente a la que le encanta y que la ha visto varias veces. Lo respeto, pero no es mi caso. La he visto y he cumplido con mi propósito (tachar un clásico de mi lista de pelis no-vistas), y lo único que lamento es no poder ponerle más nota. Porque me hubiese gustado que, además de inquietarme y darme algún escalofrío posterior, me hubiese parecido una obra maestra de esas que te hacen pasar un buen mal rato.

Será que me dan mucho más miedo los fantasmas que el Diablo. Será que algunas frases salidas de la boca de la niña con la cara podrida me hicieron esbozar una sonrisa. O será que no tengo mucha idea de cine. Pero no importa: esto es sólo una opinión.